Capítulo 26

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Segunda parte de Pleasure Dome, libertatem321

Narrador

Ella volvió a meterse los dedos con fuerza en el sexo, que empezaba a estar muy
sensible, y con la otra mano empezó a trazar círculos en el clítoris. El clímax llegó
rápido y con mucha intensidad, haciéndola gritar y mover las caderas con fuerza.
—Ah, qué bonita eres, cielo —murmuró Lauren mientras ella seguía temblando,
oleada de placer tras oleada de placer.
Apenas había terminado cuando ella la acogió entre los brazos y empezó a besarla y
a meterle la lengua. Le introdujo dos dedos en el sexo, flexionándolos bien para llegar
a su punto G y le proporcionó otro clímax que llegó con gran estruendo en un alud de
puro placer.
—¡Dios mío!
Lauren la sujetó con fuerza entre los brazos mientras temblaba con la fuerza del
orgasmo.
—Cielo, ha sido… genial —le susurró a los labios.
—¿Lauren…?
—¿Qué pasa, preciosa?
—Solos tú y yo aquí… —dijo con un hilo de voz entrecortado.
—Sí, solos tú y yo.
Ni siquiera estaba segura de lo que estaba pidiendo. Pero ella sabía complacerla
diciéndole lo que quería oír.
—Ha sido perfecto, Camila. Perfecto —dijo con una voz tomada por el humo y el
deseo—. Pero ahora necesito más de ti.
—Claro. Lo que sea.
Lauren la colocó bien en el regazo hasta que la tuvo a horcajadas encima de ella,
sobre la otomana, con una pierna a cada costado y rodeándole el cuello con los
brazos.
—Inclínate un poco. Bien, muy bien. Voy a azotarte.
No pudo hacer más que gemir mientras le subía el vestido despacio. Entonces notó una fuerte palmada en la nalga y se contoneó. Notó su apremiante erección en su bajo
vientre desnudo y se aferró más a ella.
Lauren le dio otro azote, otro más y otro; una lluvia de palmadas sobre la piel. Era
fantástico: el placer y el dolor aumentaban a la par. Al cabo de un momento volvió a
quedarse sin aliento.
Se contoneaba, disipada, con ganas de correrse otra vez. Necesitaba su pene largo
y grueso dentro. Necesitaba notar sus manos encima, su boca… Todo a la vez.
Estaba loca de deseo, del placer que se le negaba y de la dulce tortura de los azotes
en el trasero.
—Córrete otra vez, cielo. Córrete para mí. Puedes hacerlo. Siguió azotándola con
una mano e introdujo la otra debajo del vestido para pellizcarle un pezón.
—¡Oh!
Ella apretó el sexo en su regazo, frotándose con el duro bulto de su erección:
necesitaba más y más. El deseo la abrasaba mientras le retorcía suavemente el pezón
con los dedos y llegó al orgasmo de nuevo con frenesí.
—¡Lauren!
Una vez más, antes de que terminara, ella la cambio de postura, la incorporó y la
levantó.
Estaba temblando; la notaba débil entre los brazos.
—Tengo que follarte ahora mismo, preciosa. Tengo que estar dentro de ti.
En cuestión de segundos estaban en uno de los reservados tapados con cortinas
que había en cada rincón del club y la sentó en una mesa alta y acolchada. Tanteó a
ciegas en busca de un preservativo en un cuenco que había en una estantería y se bajó
la cremallera de los pantalones de cuero. Su pene era una extremidad dura y blanca de
piel hermosa, algo más rosada en la punta. Qué ganas tenía de sentirla dentro.
La acercó sin miramientos al borde de la mesa y le separó las piernas. Con una
rápida embestida se introdujo en su húmedo sexo.
—Joder, Camila. Cielo…
Le inmovilizó los brazos por encima de la cabeza sujetándole las muñecas con una
mano. La miraba y el pecho se le levantaba pesadamente con cada respiración.
Entonces empezó a moverse empujando fuerte con las caderas. Hacía tanta fuerza que
le hacía algo de daño, pero lo necesitaba. La necesitaba.
—Lauren, por favor…
Las lágrimas se asomaron a sus ojos. No lo entendía. Lo único que sabía era que el placer de su cuerpo dentro de ella era exquisito. Tenía ganas de más.
—Lauren —repitió entre sollozos.
Ella la incorporó un poco y la abrazó mientras la penetraba. Y cuando finalmente se
tensó y gritó su nombre, Camila también se estremeció con otro orgasmo demoledor que
la hizo chillar de gusto.
—¡Dios mío! Por favor, por favor… Lauren…
Se aferraba a ella con todas sus fuerzas y ella hacía lo mismo. Todo su mundo daba
vueltas, fuera de control. Y lo único que veía era su cuerpo y el de ella, juntas. Solo
ellas dos. El resto del mundo había desaparecido.
No recordaba con claridad la vuelta a casa de Lauren: no fue más que el
movimiento emborronado de las luces de las farolas y de la lluvia que caía, mezclando
los colores en el parabrisas. El olor de los asientos de piel de su coche. Su olor oscuro
pero encantador junto con el aroma del placer. Cuando la sacó del coche y la llevó al
ascensor, a Camila le entró el pánico.
No entendía lo que estaba sucediendo pero estaba anhelante, nerviosa y tenía
mucho miedo.
—Lauren, no te vayas… te lo ruego.
—¿Qué? No me voy a ningún sitio, cielo. Te voy a llevar dentro. Espera un
segundo a que abra la puerta.
Ella se apoyó en ella cuando entraron y Lauren cerró la puerta del apartamento. Se sentía muy
débil. Quizá fuera de alivio.
Ella la sujetó bien con los brazos alrededor.
—No pasa nada —le dijo en un tono tranquilizador—. Es otra consecuencia del
subidón químico por lo de esta noche. Las endorfinas, vamos. Tal vez haya sido una
pequeña sobrecarga. Te pondrás bien. Te desnudaré y nos acostaremos, ¿de acuerdo?
Ella asintió sin decir nada. No podía pensar con coherencia. Lo único en lo que
pensaba, lo único que sabía en ese momento, era que la quería. Que después de esa
velada en el club, se sentía más cerca de ella que nunca. Y no sabía durante cuánto
tiempo más podría guardarlo dentro.
Estaba un tanto mareada por todo. Por el amor, de hecho. Por el deseo que sentía
por ella: un anhelo absoluto que no había sentido antes.
En lo que le pareció medio segundo ya estuvo desnuda en su cama, entre unas
sábanas frías pero suaves al contacto con su piel.
—¿Lauren?
—Shhh, cielo, estoy aquí mismo.
Y lo estaba. En ese momento entraba en la cama y le pasaba el brazo por debajo
del cuello. Ella se le acercó, se puso de lado y abrazó su figura. No era una
cuestión sexual: tan solo necesitaba notarla.
Ella le apartó el pelo de la cara y la besó en la mejilla y en los labios. Ella se derritió
con esa sensación de Lauren cuidándola, amándola.
Era lo más maravilloso que había sentido en la vida. Quería pensar en eso, en lo
que significaba, deleitarse un poco, pero se notaba los párpados muy pesados.
—Lauren —susurró—. Tengo que decirte algo.
«No lo hagas.»
—¿Qué pasa?
«Pero tengo que decirlo…»
—Es importante…
Ella estaba callada. Esperaba a que le contara lo que le tenía que decir. Sin embargo,
no podía mantener los ojos abiertos y era como si la boca no le funcionara tampoco.
Tenía la sensación de que el cuerpo le pesaba mil kilos.
—Mmm…
—¿Camila?
Hizo un esfuerzo para no dormirse y contarle lo que con tantas ganas quería
decirle, pero se apagó en cuestión de segundos.
Lauren la miraba. La vigilaba como una especie de ángel de la guarda. En la
oscuridad apenas distinguía la silueta de sus pómulos y de la mandíbula, pero sabía lo
hermosa que era de todos modos.
Una parte de ella deseaba que estuviera despierta. No sabía por qué. Estaba agotada
para rendir sexualmente en ese momento. O tal vez no. El deseo era inagotable cuando
estaba con Camila. Pero había mucho más que eso.
Por otro lado, necesitaba tiempo para pensar y poner en orden todas las ideas
extrañas que le rondaban por la cabeza. Las cosas raras que había estado sintiendo
toda la noche y que habían estado acumulándose en las últimas semanas.
La escena con ella en el Pleasure Dome había sido muy intensa esta noche. Más
que intensa, incluso. No había sido un juego de dolor intenso; no había ido más allá de los azotes de siempre, que era lo más lejos que había llegado con ella. No obstante,
no necesitaba ir más lejos ni jugar con mayor intensidad con ella. Ya no se trataba de
eso. Aunque siempre le gustaría el intercambio de poder, el juego de sensaciones y ver
cómo respondía a todo eso, ya no sentía la necesidad de nada más duro. Más extremo.
Pero algo más había ocurrido esta noche…
Siempre pasaban cosas cuando estaba con ella. Había una progresión continua de
las cosas. Tenía mucho que pensar.
Pero tal vez fuera hora de empezar.
¿Era posible que amara a esa mujer?
El pensamiento le pasó por la cabeza y por el corazón como un fogonazo de luz.
Cegador. Puro.
Se le aceleró el corazón, cuyos latidos le repiqueteaban en el pecho.
«No.»
¿Pero acaso no lo negaba porque era a lo que estaba acostumbrada?
Se pasó la mano por su cabello en un intento de poner un poco de orden en su cabeza. Al
parecer, por mucho que lo intentara no lograba tranquilizarse.
Se pasó la mano por el pecho y presionó como si con eso pudiera suavizar los
erráticos latidos de su corazón y así tranquilizarse.
Joder, no se lo podía creer. No estaba preparada para creérselo todavía. Sabía que
estaba sintiendo algo por ella, algo nuevo y especial, pero ¿eso?
«Es imposible.»
Pues ahora parecía que no lo era.
Se la acercó un poco más.
Tenía que calmarse. Era tarde y estaba cansada. En realidad tampoco hacía falta
que hiciera nada. Podía tomarse su tiempo para averiguar dónde tenía la cabeza y qué
postura tomar en cuanto a eso. En cuanto a todo ese… amor.
Era idiota. Se comportaba como si fuera una adolescente, algo que le pasaba
demasiado a menudo con Camila.
La quería, por el amor de Dios.
«Mierda.»
Se le aceleró el pulso y sin pensar mucho en ello, se dio la vuelta para inspirar el
olor de su cabello. Era reconfortante.
Estaba perdiendo el juicio.
Lo había perdido.
Estaba desaparecida ya.
No sabía cómo demonios había pasado pero se había enamorado, aunque no lo
pretendía. A pesar de que sabía de lo que era capaz y de lo que no. Y no sabía qué
diablos iba a hacer al respecto.
Y ahí estaba, tumbada con la cabeza de ella sobre su pecho, oyendo cómo
respiraba. Oía también el sonido de la lluvia en las ventanas y el lejano retumbar de
los truenos. Quería estar despierta para reflexionar sobre esto y encontrarle el sentido.
Pero, al final, el suave ritmo de la respiración de Camila le tranquilizó. Eso y la lluvia
que caía formó una especie de capullo a su alrededor. Consiguió relajarse, aunque oía
un zumbido en la cabeza por toda la sobrecarga sensorial. En algún momento, con la
luna escondiéndose tras un banco de nubes y las estrellas que empezaban a
desaparecer, se quedó dormida.
Se despertaron unas horas más tarde con los primeros rayos de sol del amanecer.
Ella se cobijó entre sus brazos en silencio. Ella se puso encima de ella. Su cuerpo se le
antojaba una serie de delicadas curvas: los pechos, el vientre, los muslos. Ella se abrió
de piernas y ella se introdujo en ella con tanta suavidad como la seda. Con la misma
finura.
La besó mientras levantaba las caderas y ella suspiraba. Qué dulzura. No se
cansaba de ella.
«Camila.»
Ella se movía con ella y cada movimiento de sus cuerpos marcaba un ritmo fluido y
perfecto que no hacía falta pensar siquiera. No requería ningún esfuerzo. Pronto
alcanzaron un placer líquido, como arrastrados por una corriente de sensaciones. Al
poco notó cómo el cálido sexo de ella se tensaba alrededor del suyo. Era increíble.
Empezó a jadear; su clímax fue tan tenue como las primeras luces del día.
Al instante ella llegó al orgasmo entre temblores. La atrajo hacia sí y la abrazó. No
quería soltarla.
Finalmente reparó en que quizá la estaba aplastando, de modo que la soltó un
poco y ella se acurrucó a su lado. Le acarició el pelo y comenzó a respirar con
normalidad mientras enredaba los dedos en sus sedosos mechones.
—Camila —susurró—. Cielo…
¿Qué quería decirle? Pero tenía tanto sueño…
Se quedó dormida una vez más.

Se lograrán decir lo que sienten?
No hubo gorrito 🌚

Los límites del deseo Camren G!pDonde viven las historias. Descúbrelo ahora