𝗶𝗶𝗶. 𝗟𝗮 𝗕𝗿𝘂𝗷𝗮

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La pesadilla de nuevo fue la que le provocó abrir sus ojos, pero esta vez fue junto al sonido de su alarma. Se enderezó y se tocó el pecho que se movía erráticamente al igual que el ritmo de su corazón.

La luz matutina entraba desde el espacio libre en donde había dejado su cortina negra abierta. Era un día frío, pero soleado.

Su cumpleaños.

Un 7 de noviembre que nadie recordaba, una supuesta fecha especial. Su familia había quedado atrás y la única persona que se sentaba con él frente a un pastel ya no podía hacerlo más.

Y Minghao había huido de su antigua ciudad, así que no podía darle una visita en el cementerio. Junhui no se merecía eso, pero él tenía la herida muy abierta, y ese día en especial, estaba sangrando.

Salió a su trabajo con más nubes en su cabeza de las que había en el cielo en realidad. Tan rápido se movió, que esa mañana Mingyu no alcanzó a decirle buenos días.

Se sentía demasiado decaído.

Realizó sus obligaciones. Ese día en especial se encargó de reparar una obra de arte por encargo. Era un retrato bastante antiguo que requería mucho trabajo, pero nada que él no pudiera manejar. A pesar de encargarse de las labores del museo, como único conservador de arte de Yabbay, Minghao cuidaba de las pinturas viejas que otros clientes le llevaban.

El arte era su única salvación y en ese día inusual fue un salvavidas en un mar de agobio y melancolía, tanto así que se quedó inmerso en la reparación del retrato y terminó por perderse la hora de su almuerzo.

Mingyu lo esperó ese día en El Tecolote, pero Minghao nunca apareció.

Mingyu lo esperó ese día en El Tecolote, pero Minghao nunca apareció

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Terminó tarde su trabajo. Afortunadamente el guardia del museo del turno de noche había llegado y él no tenía que cerrar nada. Dejó el retrato preparado para entregarlo al día siguiente y se despidió para salir al frío de la noche de noviembre.

No parecía ser su cumpleaños. ¿Qué acaso las personas no recibían felicitaciones tal día?

Bueno, no había nadie que pudiera dárselas a él. Estaba completamente solo.

Pensó mucho; sin el trabajo para distraerlo, sólo quedaba una espiral de pensamientos que no dejaban de girar y girar, de inundar su pecho de pena.

Se bajó de la estación del metro y caminó por las calles oscuras de Yabbay. Llegaría a su departamento, igual de frío que el exterior, tan solo como las pocas personas que caminaban de vuelta a sus casas por esas calles tan silenciosas.

No. Se detuvo.

"¿Cómo ahogan las penas las personas...? ¿Cómo callan a un corazón turbulento? ¿Cómo duermen el dolor?"

Dio su giro tan característico sobre sus tobillos y cambió de dirección. No conocía mucho de Yabbay, pero sabía que cerca de su departamento había un bar. Había pasado frente a él un par de veces. «El Tigre» era su nombre.

Nahual (GyuHao)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora