𝗶𝗶. 𝗡𝗮𝗲𝗹𝗮

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Llegó a la puerta tanteando la cerradura con las llaves, que se le cayeron varias veces antes de poder insertarla y girar la cerradura para entrar a la oscuridad de su departamento, con pasos inestables, teniendo que recargarse en la pared del pasillo de la entrada.

Mingyu inhaló profundamente y por fin abrió los ojos.

Sólo oscuridad.

Sólo frío.

Avanzó, sosteniendo su hombro derecho adolorido. No podía ver muy bien, pero al llegar a su sala, que tenía el ventanal con las cortinas recorridas por dónde entraba la luz de la despedida de la madrugada, con el pálido color grisáceo del sol saliendo entre un cielo nublado, pudo notar la sangre manando de la herida profunda de su piel dorada.

Su mano izquierda manchada de sangre. Hizo una mueca, pero siguió caminando, completamente desnudo y con el hombro herido, con el sudor cayendo de sus sienes y la respiración pesada. Mingyu avanzó hacia su baño, en donde fue directo a abrir el agua fría de la ducha, sintiendo al menos un poco de alivio en su caliente piel que parecía arder.

El agua recorrió su cuerpo desde los hombros hasta los pies, la cabeza colgando hacia abajo, sus ojos oscuros mirando el agua combinada con la sangre yéndose por el drenaje.

Mingyu suspiró y apoyó fuertemente las manos contra la pared, con ira, soltando el aire con fuerza a través de sus fosas nasales.

Esperó hasta que la calidez de su piel se atenuara, hasta que el agua lo enfrió.

Hasta que la alarma del vecino sonó.

Mingyu abrió su puerta justo cuando Minghao salía de su departamento

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Mingyu abrió su puerta justo cuando Minghao salía de su departamento.

Tuvo tiempo de observar al otro hombre ligeramente menor que él. Esbelto, tan delgado que tenía que usar cinturón a pesar de llevar unos pantalones ajustados a sus piernas largas. El cabello oscuro peinado con un partido en medio, dejando dos mechones cayendo sobre su rostro perfectamente ovalado.

Su rostro siempre como un lago que nunca es perturbado. Un lago congelado; la superficie fría, pero frágil, escondiendo debajo de ella algo que a simple vista jamás podrías notar.

Minghao, con su largo abrigo gris, su camisa de cuello alto negra. La cruz que llevaba (eso era algo nuevo, después de la muerte de Junhui, Minghao instó a creer. Creer que Junhui estaba en un lugar seguro) colgando de su cuello. Plata brillante bajo el sol lánguido de la mañana.

Su vecino, que había capturado su atención desde la primera mirada, y la segunda, después del parpadeo, así, hasta que en la mirada decimoséptima aceptó que había algo en ese hombre de ojos castaños y perdidos que atraía a Mingyu de manera indescriptible. Indescifrable.

Inefable.

—Buenos días, Minghao.

El hombre giró sobre sus talones de manera tan grácil, cosa que Mingyu lo había visto hacer varias veces. Sus ojos claros lo miraron directamente unos segundos, antes de desviar la mirada a la ciudad más allá, puesto que el pasillo era exterior.

Nahual (GyuHao)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora