𝗶𝘅. 𝗘𝗹 𝗖𝗮𝘀𝗰𝗮𝗯𝗲𝗹

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Se sintió agitado.

Mingyu caminó entre las sombras de la ciudad, ahí donde las luces naranjas de la calle no lo tocaban.

El gran calupoh, con su pelaje oscuro, bajo el manto de Tezcatlipoca. Esa noche de estrellas, un noviembre tranquilo.

Pero algo dentro de él se encendió como una alarma. No era de peligro, era algo que ya lo había inquietado antes.

Recordó las primeras noches en las cuales su nuevo vecino pasó en el departamento.

Cuando Minghao se mudó a un lado del departamento de Mingyu, el cual no dormía mucho en la noche o estaba despierto después de una de sus incursiones, comenzó a notar algo.

Algo que le rompía el corazón, porque el sufrimiento ajeno era doloroso. Más si provenía de Minghao, incluso aunque en esos tiempos no lo conociera tan bien.

Aún en esos momentos, había mucho que tenía que conocer de él. Eso era mutuo, pero el tiempo al menos estaba a su favor.

Pero esos días, Mingyu solía escuchar sus quejidos. De vez en cuando eran gritos. Minghao tenía muchas pesadillas.

Mingyu no mentía cuando dijo que tenía cierto poder en los sueños. Los nahuales eran veladores de la noche y todo lo que esta conllevaba.

Pero nunca se había atrevido a proteger los sueños de Minghao. No lo conocía bien y si el otro hombre lo descubría, sería un problema.

Aunque Minghao ahora tenía conocimiento de su verdadera identidad y aceptaba a Mingyu, con todo el misterio de lo que realmente era, y aún sin entender completamente al nahual, estaba a su lado y le decía que era maravilloso.

Mingyu no se merecía a alguien así.

Se detuvo en medio de la banqueta, debajo de la lámpara de la calle. Estaba frente al edificio de su departamento, sus cuatro patas lo habían llevado hasta ahí.

Para cualquier persona en esos momentos, él se vería como un perro negro común, aunque los calupoh eran grandes y parecían lobos.

Mingyu en esos momentos no era la bestia mágica con sus ojos de luz blanca y su cuerpo grande e imponente. No necesitaba ser eso en lo que quedaba de la noche. No encontró nada, y de todas maneras, su espíritu lo llevó hasta ahí.

Estaba donde tenía que estar.

Se perdió en las sombras del pavimento. Se levantó en una habitación conocida.

Un quejido fue lo que llegó a sus agudos oídos. El aroma a rosas frescas, cómo si un rosal invisible rodeara todo el cuarto.

Con su visión diferente, no la de humano que era más deficiente para la oscuridad, sino la del perro nahual que podía notar con mejor detalle cada situación enfrente, vio la cama, en dónde una silueta se movía constantemente, con quejidos y sin encontrar paz en sus propios sueños.

El calupoh caminó a un lado de la cama, observando el rostro perturbado de aquel hombre.

Minghao le comentó que había soñado con Mingyu en su forma de nahual con anterioridad, que para él había sido un consuelo sin que se diera cuenta.

Al parecer eran dos los que ignoraban aquello. ¿Tal vez Mingyu inconscientemente había acudido a Minghao aún cuando no lo conocía?

Ellos compartían un lazo, espiritual, trascendental, o de una magnitud que tal vez Mingyu no entendiera, pero aceptaba.

Él ya era una rareza en el mundo moderno. Sus tiempos eran los pasados, pero ahí estaba, cómo la herencia de un pueblo que prevalecía en los colores, la música, los sabores. Los lazos de su cultura eran más fuertes.

Nahual (GyuHao)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora