𝘅𝗶. 𝗟𝗮 𝗧𝗼𝗿𝘁𝗼𝗹𝗶𝘁𝗮

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«Tortolita cantadora que a pesar de la calor me sigues acompañando con tu añorosa canción»

El día no llevaba mucho en el tiempo recorrido. Pasó el mediodía y después de la charla que tuvieron con Misuk y que ella les revelara la naturaleza verdadera de su unión, afección y compatibilidad, se retiró, dejándolos solos para reflexionar.

No hablaron mucho al respecto de aquel lazo que los unía. No porque hubiera un rechazo, sino que ambos, tanto Mingyu como Minghao, tenían un duelo de por medio.

Sin embargo, fuera de eso, se tenían a ellos dos y verlo de forma súbita no era lo suyo. Su paso era rápido, pero no apresurado. Así como las nubes blancas se acumulaban en el cielo y el campo se extendía delante de ellos, con las flores que los acariciaban al caminar por el alto césped que les llegaba a los muslos y el viento que parecía susurrarles.

El sol a veces era cubierto por las nubes blancas, sin nublarse, puesto que su luz se volvía a mostrar.

Mingyu le pidió a Minghao que caminara con él por el campo abierto, dónde estaban rodeados por las montañas y el bosque lo dejaban atrás. En ese espacio abierto ambos caminaban lado a lado, de vez en cuando hablando, de vez en tanto, callando.

Minghao acariciaba las flores con sus dedos, los pétalos de muchos colores con la hierba contrastando. Mingyu sólo se limitaba a verlo de soslayo con una sonrisa suave y una mirada que mostraba tanto cariño que era imposible de esconder.

Sus sentimientos no hacían más que crecer, en Minghao veía a su adoración. No era una simple atracción física o superficial, era una necesidad de pertenecer a su lado y de admirar toda su belleza interna que brillaba como un lucero a todas horas del día.

Lo seguiría a donde fuera; dónde Minghao llevara sus pies, allá los pies de Mingyu irían tras de él.

Minghao notó la mirada constante de Mingyu sobre él, girando su cabeza para verlo también, elevando sólo un poco la vista para observar esos ojos oscuros llenos de calidez.

El moreno le sonrió de inmediato y Minghao se sintió amado. No fue un simple reflejo de cariño, fue algo más. Los iris oscuros de Mingyu en él y esa sonrisa encantadora y atractiva lo llenaron de muchas emociones que le abrieron los ojos a la realidad.

Había estado tan solo y tan desprovisto de amor después de la partida de Jun, que creyó que jamás tendría a alguien a su lado que lo apreciara de forma genuina. Y la vida le había probado que estaba equivocado.

«Que saliera al campo a buscar amores»

Minghao le sonrió de vuelta, volviendo la vista hacia el frente, acercándose más a Mingyu hasta que sus hombros se rozaron, como si no tuvieran un vasto campo a su alrededor y la presencia del otro fuera la cosa más valiosa.

Lo era, claramente lo era. Minghao, que era más valiente de lo que siempre tuvo una idea, movió su mano hasta que golpeó los nudillos de la mano de Mingyu. No esperó una respuesta tan inmediata.

El corazón del moreno se aceleró repentinamente, pero entendió esa señal. Desde hacía un rato en su caminar ya había tenido la misma idea. Con su dedo índice estirado rozó el meñique de Minghao, enganchado sus dedos momentáneamente antes de soltarlo. El hombre menor que él por unos meses sonrió, desviando la cabeza hacia el otro lado, pero estirando su meñique para que Mingyu lo intentara tomar de nuevo.

No necesitaban palabras, sus cuerpos tenían una forma de comunicarse que se entendía muy bien. No necesitaban años de conocerse, sus almas ya lo hacían de forma inconsciente, se atraían entre ellos inherentemente.

Mingyu estiró ahora su meñique y encontró el de Minghao, tomándolo en el suyo, como se suele hacer en las promesas.

Caminaron así, Minghao sintiendo su rostro ardiendo hasta las orejas y Mingyu con una sonrisa imposible de borrar. El campo era muy vasto y su recorrido era parsimonio.

Nahual (GyuHao)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora