REVELACIONES -3-

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"Recuérdame..."

Los jadeos al entrar corriendo a su camarote en su barco se escuchaban intensos incluso cuando ya había parado de correr. Se encontraba empapado, dejando que las gotas resbalaran por todo su cuerpo, haciendo de su vestimenta aún más pesada. Pero, solo una sonrisa se formó en su rostro.

Acabó por sentarse en el escritorio, sin pensar que dañaría la madera, mirando a la nada, para solo pasar sus dedos por sus labios, que titiritaban junto a sus dientes por la fría agua de mar donde había estado.

— Suave... sus labios eran suaves. — se dijo a sí mismo, con un sonrojo enorme en sus mejillas, sintiendo sus entrañas apretarse y darle un ligero hormigueo en su vientre. — Tan suaves como la brisa marina en las mañanas cuando se pone el sol.

No pudo evitar sonreír mientras retiraba esa ropa mojada de su cuerpo, recordando con lentitud cada momento de verlo tan cerca. Ese cuerpo hermoso y enorme, esos ojos tan peculiares, ese cabello largo, tan largo que le llegaba a los tobillos, rebelde y lleno de pequeños adornos tallados en madera y hueso. Con suaves colores en ellos. Recordó la curvatura de sus músculos, y, sobre todo, esa piel, esa exquisita piel morena.

— Contrasta tan bien con la mía. — se susurró ya desnudo, colocándose una bata encima para ocultar su desnudez.

Se sonrió para sí, dejando la ropa mojada en una cubeta y viendo lo empapado que estaba el escritorio, comenzó a secarlo con un trapo cercano, mordiéndose un poco el labio, queriendo recordar esa sensación.

Pero. Era momento de que saliera de su burbuja, de su mente y sensaciones.

Porque al recordar esos labios suaves, no notó cuando unos pasos se acercaban a él. Unos que hacían crujir la madera, unos que tapaban la luz que entraba por la puerta de su camarote, y formaban una sombra enorme justo detrás de él.

— Britania. Te ves feliz, incluso cuando estás haciendo algo que odias, como lo es limpiar.

Esa voz le congelo en el acto, haciendo que sus manos temblaran, y sintiera en su sangre correr un frio atroz que le provocaba escalofríos. Esa voz gruesa, esa enorme sombra que había tapado la luz. Si, era él, tenía que ser él. No hay nadie más que pudiera tener tan aterradora presencia.

— Mi imperio. — dijo en el acto, a regañadientes inclinándose ante el enorme sujeto, mayor a 4 metros frente suyo. — ¿A qué debo su visita en mi embarcación?

El imperio sonrió, aquel con una túnica que solo cubría de sus caderas hasta arriba de sus rodillas, dejando ver parte de su torso trabajado, fuerte y desnudo deslumbraría a cualquiera, cubierto solo por encima con una lacerna, sostenida con un lindo broche de oro por el hombro izquierdo. Imperio Romano estaba allí, sin importar si tenía que agacharse para evitar golpear el techo de ese lugar.

Allí, con ese cabello castaño peinado, con esos ojos verdes intensos que parecen encapsular la vida en ellos. Y con esa maldita corona flotante en su cabeza indicando que es un Imperio, pero no solo eso, el brillo azul en ella. Todos los imperios, tienen coronas, al momento de formarse uno, tienen una corona que flota en sus cabezas. Pero, la maldita corona de brillo azul.

Un imperio con la corona de oro en su cabeza.

Aquel que tiene poder e influencia sobre los demás en la actualidad. Aquél que tiene sometidos a cada country a su favor. Aquel, el más fuerte en el mundo en ese momento.

— ¿Tengo que tener un motivo para ver a mi colonia favorita?

— ... por supuesto que no. — respondió rápido el territorio. — Siempre me honra con su presencia.

Por siempre MéxicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora