PUNTO DE QUIEBRE - 6

3.2K 223 247
                                    

Capítulo 6

Una vez en diciembre – Parte 1

Hay algunas cosas que nunca cambian, una de ellas son las personas que siguen siendo lo mismo que antes.

Mi padre solía decir que en este mundo solo éramos un juego de dioses, en donde nosotros simplemente éramos el plato fuerte que trataba de escapar de las garras sangrientas de aquellos dioses, que estaban dispuestos a consumirnos sin medida. Solía bromear con esto, porque era un niño, y un niño no les teme a los monstruos. Estaba siendo entrenado para convertirme en un fantástico guerrero, donde protegería las tierras y haría un imperio muchísimo más grande que el de mi padre Azteca.

Tenía incluso un horario, donde repasaba mis conocimientos, mis entrenamientos y tiempos libres para reflexionar y tener algo de filosofía en mi vida y tranquilidad. Incluso, en mis momentos de paz, donde podía escuchar el canto del quetzal en aquel claro entre los árboles, era cuando decidía mirar a mis humanos.

Mis humanos eran curiosos, su piel morena, sus vestimentas parecidas a las mías, su ciudad que son mis entrañas, todo, mis humanos eran listos, eran fuertes, eran únicos. Padre se enorgullecía de ellos, creaban para bien, nunca para mal, eran uno con la naturaleza. Donde niños jugaban con jaguares, donde había maravillosos quetzales, donde las estrellas iluminaban su noche. Que hermoso, que hermosa era mi gente.

Hasta ese día.

Ese maldito día.

Padre me estaba mostrando su penacho, y yo admiraba sus colores, padre me dijo que pronto estaría en mi cabeza, y tendría que tomar el mando de todo. Aun recuerdo sus palabras.

– Algún día, todo será tuyo, y es tu deber guiarlos. Se que te será difícil comprender, pero deja que tu alma guie tu mente. No se trata de ser superior a la naturaleza, se trata de adaptarse. Nunca tomes más, nunca de menos, se dichoso con la bendición de la madre tierra, se humilde ante la victoria, se fuerte ante la adversidad y siéntete en paz ante la derrota. No destruyas lo que has logrado por un simple capricho de poder.

Probablemente esas palabras se debieron quedar en mi cabeza.

Pero no lo hicieron, era un simple chiquillo de 10 años. Y padre era un hombre sabio, con esa cabellera negra y larga, con ese cuerpo de guerrero, con esos ojos que esconden galaxias, con todos los dioses tatuados en su piel, con la marca de los que se fueron que ahora protegen su ser. Padre era hermoso, era atractivo y único, padre era el gran imperio Azteca.

Un imperio que pereció.

Lo supe al ver esos barcos, y lo supe al ver el rostro de mi padre. Mas cuando vi a aquel hombre bajar. Un hombre rubio, con ojos azules y con una sonrisa que me daba a entender que nunca había usado un cepillo dental en su vida. Además, el olor intoxicaba mi respirar, pero a padre le fascinó. Padre estaba embobado con ese hombre, padre acabó enamorándose de un tipo que no debería. Los primeros días, supe que estábamos condenados, padre le presentó a todos la llegada de ese tipo, "Imperio Español".

Y ambos comenzaron a hacerse cercanos, pero, yo solo podía mirar a nuestros humanos, que extrañamente comenzaban a enfermar, y nuestro más fuerte guerrero, perecía ante cosas extrañas que nacían en su piel. Puntos rojos que los debilitaban y mataban. Traté de alertar a padre, quise hacerlo, así que me escabullí de la vigilada habitación que el señor España ahora tenía para mí, para correr e ir con mi padre, pero...

– ¡AH! ¡Azteca!

Me horroricé al ver a mi padre fundiéndose con ese tipo. Besándole, haciéndolo suyo mientras se revolvían entre las sábanas. Me molesté al saber que el estúpido cuerpo de España estaba siendo tomado en la habitación de mi padre. Padre había roto su regla, había tenido sexo con alguien inferior, ¿Cómo se dejo tocar por alguien así? ¿Por qué estaba disfrutándolo a ese nivel? Padre, por favor, no te dejes cegar por unas piernas y palabras falsas de amor.

Por siempre MéxicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora