REVELACIONES - FINAL -

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"El dolor es lo único que nos recuerda, cuanto añoramos el amor. Lo malo, es que el amor tiene que nacer de uno mismo, y muchas almas son ciegas a esto; solo estamos solos, si creemos en ello."

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JUICIO FINAL — MUERTE DE PANGEA

Solo rojo, destrucción, obscuridad, polvo, tristeza, ira y maldición en el aire.

Eso era lo que un dios de la muerte veía generalmente al ir a reclamar un alma tras la muerte de esta. El alma de un ser tan grande, seguro sería de utilidad en su dominio. Siguió caminando por ese paisaje de destrucción hasta que lo encontró. Allí, con esa mirada de desprecio que suele tener, acompañado de lágrimas, mientras estaba de pie entre mares de sangre que poco a poco se extendían entre diferentes pedazos de tierra.

— Puedo preguntar, ¿qué pasó? — dijo la muerte al ver al dios de la creación de rodillas.

— Quetzalcóatl y Tezcatlipoca acabaron con ella. — mencionó la dualidad, mirando todo destruido. — Esta muerta, ¿por eso has venido? ¿Por su alma?

— Me llevé su alma desde que el primer impacto sucedió. — respondió la muerte. — Venía a recolectar los huesos, pero te vi aquí.

— ...

— ¿Qué harás? Si vas a revivirla, no tiene caso que este aquí. — suspiró la muerte. — Para evitar peleas, eres libre de entrar en el reino de los muertos y tomar su alma de regreso. Pero, considera este como mi único favor hacia ti. Recuerda, no volverá a suceder, si utilizas ese favor ahora, no podrás pedirme nada tan grande después.

— No voy a revivirla. — comentó el dios volteando a mirar a la muerte.

— ¿Eh? — era la primera vez que la muerte tenía una mirada de asombro. — Pero estás sufriendo a mares, y tú la amas, el amor que sintieron ambos creo un gran cambio en el universo.

— Silencio.

Y allí le vio, con una mirada perdida, repleto de sangre, en ese apocalipsis que sucedía en ese simple planeta, mirando ese mar de sangre, esa tierra marchita, ese cielo rojo.

— Cuando murió, con su sangre en el suelo, por un instante, pude entender que esto tenía que pasar. Yo enamorándome de ella, ellos asesinándola, destruyéndola en pedazos, para formar diferentes bloques de tierra, dejando su sangre correr en los mares que le darán suficientes nutrientes a este planeta para prosperar, además, de lo que se viene. — dijo el país señalando al cielo. — Mi regalo, una bendición de los dioses a este mundo, como prometí.

— ¿Prometiste? — dijo la muerte confundido. — Que graciosa es la vida, eres lo que más añora cada ser vivo, eres lo que buscan, eres su paraíso, y siempre les mientes en la cara, juegas con ellos, y los dejas morir en mis manos.

— La vida es una hermosa mentira.

— Y la muerte una dolorosa verdad. — dijo el señor del Mictlán. — ¿Qué has osado en prometer? Que una promesa tuya, más que un regalo, es una jodida maldición a todos los vivientes de este planeta.

Por siempre MéxicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora