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Desde pequeño no había sido como los demás niños de mi edad y eso comenzó a preocuparle a mis padres. Mientras en el jardín de infantes todos dibujaban con muchos colores, yo me limitaba a los más oscuros y, al momento de tener que dibujar a mi familia, los hacía sin caras ni paisaje, sólo las siluetas de color negro. Al principio las maestras pensaron que era porque sólo tenía una manera diferente de hacer las cosas, pero al crecer seguí haciendo lo mismo y sin hacer caso a las normas de las instituciones por las que pasaba. Y sí que fueron varias, porque les di el pesado trabajo a mis padres de nunca obedecer las reglas de las escuelas y provocar que me expulsaran, haciendo que tuvieran que buscar más de dos veces dónde llevarme a estudiar.

Llegó el momento, antes de que cumpliera 10 o 12 años, que notaron que las cosas ya se estaban saliendo de control. Si alguien me molestaba, lo golpeaba sin aviso y sin poder parar hasta dejarlo sangrando, o si algún maestro me pedía que hiciera algo y yo no quería, le gritaba y también le regalaba un golpe en la cara. No me importaba nada, una visita más a inspección era como dar un paseo fuera del salón. Por tales motivos, y varios más, decidieron llevarme a médico, el cual me derivó a un psicólogo y luego, por cosas de la vida, llegué a un psiquiatra.

Gracias a que me trataron antes de mi adolescencia y juventud, pude tener una vida un poco más diferente que cualquiera que tuviera trastorno antisocial de personalidad.*Aquellas personas a cargo de mi tratamiento hicieron todo lo posible para que yo pudiera cambiar y separar el bien del mal, comencé a conocer los sentimientos y derechos de las personas y aprendí a respetar eso, pero sabían que esos cambios no iban a lograr quitarme lo psicópata que llevaba en la sangre.

Mis padres, y también yo, sabíamos que sí había logrado mejorar muy positivamente gracias a esos expertos, pero también sabían que, si llegaba a tener una relación muy cercana o íntima con alguien en el futuro, esas conductas podían volver. Fue por eso que, al conocer a Félix, dude mucho en decidir si era algo bueno acercarme y ser alguien importante para él, porque no quería que aquellas advertencias se hicieran realidad, porque no aguantaría hacerlo sufrir con mis problema genéticos.

¿Y a quién le debía esos genes en mi ADN? Bueno, a alguien que jamás conocí. El abuelo de mi padre. Tal parece que, según lo que nos contaron mis abuelos, era una maldición que llevaba la familia hace siglos, afirmando que cada hijo mayor de cada generación llevaría aquellos genes. Tanto mi abuelo como mi padre habían sido el segundo y el último hijo, respectivamente, por lo que me había tocado a mí ser el primer hijo mayor luego de varias generaciones.

Ya volviendo a la actualidad, durante esos primeros años con Félix, había agradecido al de arriba por haberme dejado estar bien ese tiempo y haber logrado hacerlo feliz a mi lado, pero, al llegar al punto de ser tóxico, comenzó a aterrarme el hecho de llegar a herirlo. Quise millones de veces inventar una excusa o algo para poder dejarlo y no llegar a lastimarlo, pero simplemente no pude. Aparecían un montón de voces en mi cabeza tratando de manipularme, a las cuales les obedecí más de una vez. También esa fue una de las razones por las que prefería encerrarme en mi oficina.

No podía evitarlo. Esa parte de mí. Dolía.

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Trastorno antisocial de personalidad*: A veces llamado sociopatía, es un trastorno mental en el cual una persona no demuestra discernimiento entre bien y mal e ignora los derechos y sentimientos de los demás.

Si bien esa es una de las definiciones, aquí creo que inventé un poco, sobre todo porque los psicópatas no tienen un tratamiento que los haga mejorar. Sin embargo, Chris es un psicópata especial, así que él sí puede mejorar.
¿O no?

Bueno, espero les haya gustado
¡¡lxs tkm!!

- scarsknow -

ೃ⁀➷ ᴘꜱʏᴄʜᴏᴘᴀᴛʜDonde viven las historias. Descúbrelo ahora