Capítulo 6: Perdido y encontrado

11 3 0
                                    

2ª semana, Febrero 2015.

Soho, Manhattan. Nueva York.


Era un sofá muy cómodo. Sus esbeltas piernas estaban estiradas a lo largo, se había deshecho de los zapatos hacía un buen rato. Parecía un sitio tranquilo, alejado o lo suficientemente alto como para no verse afectado por el bullicio neoyorquino.

Sin embargo, si cerraba los ojos, cada pequeño sonido, cada conductor impaciente, cada conversación de cada transeúnte, se mezclaban en los oídos de Angelica. Incluso cuando quería desconectar sus sentidos, ya no era capaz. Siempre estaba alerta, formaba parte de lo que era. O de lo que había vuelto a ser.

Dejó escapar un suspiro, incorporándose finalmente. Podía oír los pasos de la mujer, el traqueteo de sus zapatos, sus dedos alcanzando las llaves. La puerta se abrió y volvió a cerrar y unos cuantos pasos precedieron a una exclamación.

—No grites. Tengo un oído muy sensible. —dijo con calma. Con demasiada calma como para ser una intrusa sentada tranquilamente en el sofá de la mujer—. ¿Dónde está Terrance, Isobel?

Isobel había pasado el fin de semana con su prima Eryn en su casa de Nueva Orleans. No se había sentido con fuerzas de volver a su apartamento en Nueva York y encontrar un hogar vacío después de descubrir lo qué era y de quién era hija.

Pero la vida seguía y ella no iba a quedarse estancada ante esa revelación. Sentía un temeroso alivio, pero alivio al fin y al cabo, al sentir que todo cobraba un nuevo sentido, que todas las piezas habían encajado por fin y por paradójico que fuera, por primera vez en su vida, se sentía libre.

Aún no podía viajar a Escocia y dejar su negocio desatendido, además de que aún contaba con unos ocho meses de margen hasta su veinticinco cumpleaños. Fecha en la cual, según la carta que escribió su madre, el Viejo Nick iría a buscarla para llevarse su alma como precio del pacto que hizo con su madre para concebirla.

Podía haber sido peor, podría haberla buscado cuando llegó a Nueva York y se vio sola, sin prácticamente ayuda ni amigos, pero no fue así y ahora contaba con cierta estabilidad. Un estabilidad muy mundana e inútil contra el mismísimo Diablo, pero que la hacía sentir con los pies en la tierra.

Soltó un hondo suspiro para luego inhalar el conocido aroma de su casa mientras cerraba la puerta y dejaba su pequeña maleta en el suelo. Pero cuando se giró, descubrió que no estaba sola. Maldita Ley de Murphy, si algo podría ir a peor, lo haría.

—¿Pero qué co...? —la pelirroja guardó silenció no solo porque la mujer se lo pidió, si no porque estaba tratando de ubicarla. Era la tipa del altercado con Daryne, apenas la había reconocido sin una pistola en la mano—. ¡Tú! ¿Cómo me has encontrado? ¿Qué haces en mi casa?

Isobel ignoró su pregunta deliberadamente. Tal vez fuera un acto estúpido pero verla sentada en su sofá tan cómodamente mientras ella seguía de pie como si fuera la intrusa, le estaba empezando a cabrear y cuando eso sucedía, su cerebro y su boca perdían conexión.

—Esas son demasiadas preguntas para alguien cuya única función es dar una respuesta.

Angelica se puso en pie. Pese a los tacones, su tamaño seguía siendo notablemente menor que el de la pelirroja, no había nada acerca de Angelica que diese una alerta de peligro. Pero era eso lo que la hacía tan eficaz en su trabajo.

—Aún así, te diré que tu bonita casa no es lo único que conozco. Es muy buena chica, ¿verdad? Tu empleada ha estado haciéndolo muy bien en tu ausencia. —sonrió un poco, sin dudar de que Isobel la estaba siguiendo—. Es una lástima, que las cosas buenas sean tan...frágiles. —dio un paso hacia ella—. No me gusta repetir las preguntas pero haré una excepción. Y te conviene dar la respuesta correcta, pero sobretodo, le conviene a tu empleada en estos momentos.

El secreto de la nieve roja (+18) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora