Capítulo 3: Gowdie's Gallery Art

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3ª semana, Enero 2015.

Soho, Nueva York.


El taxi la dejó justo al lado de unas escaleras que subían hasta la entrada de la galería "Gowdie's Gallery Art". Vera Kenzo se atusó la larga trenza que le caía por encima del hombro derecho, en un gesto nervioso.

El arte siempre había sido su pasión. Desde muy pequeña, el significado de una tarde repleta de diversión estaba impregnada de diferentes colores que mezclar en una hoja en blanco. Podía pasar largar horas encerrada en su habitación, dibujando cualquier cosa y simplemente mezclando colores que le resultasen atractivos.

A veces, el azul y el amarillo luchaban entre sí hasta dar a luz a un verde esmeralda. En otras ocasiones, simplemente miraba la hoja en blanco, planteándose qué le gustaría pintar a continuación. Y no se trataba simplemente de pintar sino de plasmar una realidad.

Tras la muerte de su padre, el arte se había vuelto una válvula de escape para huir de los psicólogos, de su madre y de su hermano. Las pintadas callejeras, los graffitis... no se trataba de ensuciar una pared, un autobús abandonado o un cartel anunciante. Aquellos eran los medios para expresar una emoción, una realidad que se le antojaba complicada y difícil.

Sin embargo, esos tiempos quedaban muy atrás.

Del bolso que llevaba colgado al hombro sacó un par de tacones que se puso rápidamente mientras guardaba el zapato plano que había usado hasta ese momento. Medía 1,80 y no le gustaba llevar zapato alto cuando andaba por la ciudad. Pero era consciente que, para dar una buena imagen, el tacón siempre ayudaba a verse más elegante.

Había terminado la carrera y buscaba unas prácticas. Era consciente que en la mayoría de las galerías buscaban gente con experiencia y esa sería la tercera que visitase aquel día. No perdía la esperanza, había oído que en 'Gowdie's Gallery Art' buscaban personal y ¿por qué no? No perdía nada intentándolo.

Nada más entrar tuvo que hacer varios esfuerzos por no dejarse llevar por sus instintos de ver las colecciones expuestas, dirigiendo sus pasos a recepción. Allí preguntó por la dueña y la recepcionista le dijo que esperase un momento mientras preguntaba si la señorita Hunt podía atenderla.

Isobel levantó la mirada del ordenador mientras movía lentamente su cuello, escuchando los músculos desentumecerse. Arrojó sus gafas sobre los papeles de mesa y cerró sus ojos frotando el puente de su nariz.

Jesus Christ! Quien dijera que llevar una galería de arte era sencillo, era que realmente nunca había llevado una, no al menos, en este siglo. Había que hacer más papeleo que en un banco y muchas veces, el amor al arte, se perdía entre dichos papeles.

Pero no se daba por vencida, trabajar en el mundo del arte, de la forma que fuera, siempre había sido su sueño y al fin lo estaba consiguiendo. Pero no era nada fácil, aunque bien decían que sarna con gusto no picaba y la pelirroja podía dar fe de ello.

Ser la dueña significaba prácticamente trabajar 24 horas al día, los 7 días de la semana. Pero no le importaba, se había labrado su propio futuro, lejos de su casa, lejos de él y no había nada más gratificante que ver el fruto de sus esfuerzos florecer.

Siempre se había dado el lujo de elegir las exposiciones para su galería, pero de un tiempo a esta parte, y desde el robo del afamado papiro de su exposición de Egipto, le estaba costando más de la cuenta que su galería siguiera entre las más prestigiosas de New York. Y desde que su asistente estaba desaparecido, todo el trabajo recaía en ella.

Necesitaba una asistente nueva, no lo podía posponer más tiempo, pero aún no había venido nadie preguntando por el puesto de trabajo.

El sonido del teléfono dispersó sus pensamientos mientras respondía a su recepcionista.

El secreto de la nieve roja (+18) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora