Capítulo 8: Reacciona o vete

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4ª semana, Febrero 2015.

Harlem, Manhattan. Nueva York.


—¡Coge el puto teléfono, jodido bastardo! —Thomas Murray gritó exasperado al oír de nuevo el buzón de voz de su compañero, pidiendo que dejara un mensaje al estar apagado o fuera de cobertura.

Pasó los dedos por su cabello rubio oscuro y tiró el móvil hacia el asiento del copiloto de su coche, golpeando luego con fuerza el volante. ¿Dónde podría estar a las diez de la mañana de un día laborable? Seguramente, en algún bar de mala muerte, emborrachándose. ¿Y dónde estaba él? Pues al lado de su compañero, obviamente no.

Tom maldijo para sí mismo al sentirse impotente ante el sufrimiento de su amigo. Lo veía caer y caer y él no era capaz de ayudarlo porque estaba en plan autodestructivo-autocompasivo, que con solo verlo, le daban ganas de sacarle la mierda a ostias. Hacerle reaccionar.

Hacía ya diez meses que la policía de Nueva York había acabado con éxito una misión en la que ellos dos estaban infiltrados como parte de la nueva carnada de la banda más peligrosa de la ciudad. Pero hubo algo que salió mal. Su compañero, Adam Ross, se enamoró de la mujer del líder.

Pero ella solo lo usó como a un peón más en el tablero por el dominio de la ciudad. Había problemas dentro de la misma banda y para cuando los policías hicieron acto de presencia, se habían masacrado unos a otros y los pocos que sobrevivieron, resultaron detenidos.

Tom sabía que su compañero tenía el orgullo herido, y no solo su orgullo de hombre, si no también el de policía. Se había dejado engañar por unas piernas bonitas y unos exóticos ojos como si fuera un novato recién salido de la academia. Ella planeaba escaparse con todo el dinero de la banda mientras se mataban unos a otros y su salvoconducto era Adam.

Pero Adam la había pillado a tiempo, antes de que subiera a un pequeño avión en un aeropuerto clandestino del Queens, y le había metido una bala entre ceja y ceja. Y eso era lo que lo tenía devastado, hasta el punto de haber pedido una excedencia de la policía que había acabado esa mañana.

"Maté a la mujer que amaba", solía decirle Adam cada vez que lo sacaban de un bar borracho, de madrugada.

"Mataste a una puta narcotraficante de la que estabas encoñado. No era amor, ella te usó", le rebatía Tom una y otra vez.

Volvió a tomar el móvil y, de nuevo, marcó el número de su compañero y cuando ya pensaba que iba a volver a escuchar la voz del maldito contestador, Adam respondió.

— ¿Qué quieres, irlandés?

— ¿Dónde estás?

Tom escuchó el profundo suspiro de su compañero al otro lado de la línea y hasta pudo imaginarse los engranajes de su cabeza cuando pensaba. No iba a dejarlo tranquilo hasta que se lo dijera, aunque tuviera que recorrer uno a uno, los garitos de la Gran Manzana.

—En el Johnny's Pub, en mi barrio.

—Ni te muevas de allí.

Debería haberlo imaginado. Tom colgó el teléfono y arrancó el motor de su coche, poniendo rumbo hacia el East Harlem, dispuesto a hacer reaccionar a su amigo de una vez por todas.

Adam Ross dejó el móvil sobre la barra del bar en cuanto su compañero le colgó el teléfono. No sabía porque lo había encendido, tenía pensado emborracharse hasta perder el sentido en su último día de excedencia del cuerpo de policía.

Pero algo en él era masoquista, por eso le había dicho en dónde estaba para que Tom lo localizara y comenzara con su particular campaña "salvemos al soldado Adam".

El secreto de la nieve roja (+18) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora