La primera vez que sintió el miedo fue precisamente el primer día en que empezó a caminar por esa calle. Ni uno más, ni uno menos.
Había tenido que deshacerse a empujones de uno de sus admiradores que se le había pegado más de la cuenta a la salida de la escuela. Habría bastado un poco más de ira para que el ojizafiro alcanzara su límite y le hubiese propinado un puñetazo en toda la cara.
Porque odiaba esta nueva ciudad, esta nueva escuela, estos nuevos admiradores y su nueva vida. Y ahora a su nueva ruta.
El recuerdo amargo de su otra vida lo hizo detenerse en medio de su andada. Lo obligo a sentarse un momento en la acera y a reflexionar un rato sobre las cosas que podía y no podía hacer. De las cosas y personas que quiso y no pudo poseer. Las cosas que tenía y ya no quería más, como sus padres, por ejemplo. Malditos sean.
No estaba viendo a nada en particular. A las entrañas oscuras de la cuneta frente suyo, eso miraba. Como un poeta que admira el vacío, cosa que técnicamente él era.
No un poeta; un admirador del vacío, quiero decir.
Entonces lo vio.
Al principio no, al principio no le prestó atención. Como si una botella de plástico lo suficientemente pequeña se las hubiera ingeniado para sobresalir de entre el agua sucia y visitarlo.
Es como esas cosas que ocurren y a las que no les das la suficiente atención, hasta que te das cuenta de que en realidad se trata de algo impresionante.
O aterrador.
Eran sus pequeños ojos blancos, de un blanco iridiscente imposible. El contraste entre el alabastro y la oscuridad era perturbador. Y se fijaban en él, demasiado como para resultarle entrañable o siquiera amenazador.
No era como si lo que sea que fuese estuviera examinándolo para atacarlo, en absoluto que no. Era otro tipo de meditación, otro tipo de atención. Simplemente lo veía, allí sentado en la vereda con la cabeza en llamas. Como mil ojos que lo observan bajo un único foco de luz en la oscuridad.
Siempre distante y siempre presente.
Recuerda a la perfección como fueron sus propios ojos los que se abrieron hasta las anchuras posibles de los mismos, como su garganta se cerró y de su boca no escapo ruido alguno. Ni siquiera un suspiro.
Miraba a lo imposible y lo imposible le devolvía la mirada a él.
Recuerda también como tomo con fuerza, tanto así que se clavó los eslabones de metal de la correa en la piel y se hizo sangrar, su morral y echo a correr sin mirar atrás hasta llegar a casa. Y cuando entró su madre intento apaciguarlo, pero él la hizo un lado con un movimiento de cabeza.
Ese día no pudo andar tranquilo por el resto de la tarde. Se forzaba así mismo a creer que todo había sido una alucinación producto de la paranoia sobre lo que había ocurrido en la salida con ese estúpido. Y ya, existirían más locos y tendría que acostumbrarse a eso. Como siempre, no es nada fuera de lo normal.
Pero por más que quiso no podía sacarse de la mente el hecho de que esos iridiscentes ojos, vacíos, blancos, insultantemente blancos y horribles, tenían más bien una forma humana. Eran indiscutiblemente, ojos humanos.
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𝙖𝙡𝙘𝙖𝙣𝙩𝙖𝙧𝙞𝙡𝙡𝙖𝙙𝙤 (𝙋𝙞𝙘𝙤𝙋𝙖𝙞)
FanfictionMentiría si dijera que no me divierte tu miedo, y mentiría también si dijera que no odio cada segundo en el cual no estoy calmándolo. - Contenido homosexual. - Capítulos cortos.