𝔂𝓸𝓾'𝓻𝓮

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El ojizafiro tenía la mala suerte de que su camino de ida no fuese el mismo que de vuelta a su hogar. Y es que hace alrededor de un mes se iniciaron las construcciones en una calle larga y tendida que pasaba por su escuela. No sabía porque ni para que o a quien, pero el hecho es que en la mañana no había nadie, el cielo estaba nublado y fresco y podía caminar en paz; y en las tardes taladraban sin cuidado, haciendo saltar escombros de gran tamaño por todos lados. El sol chillaba con fuerza y sus rayos herían su piel. Y tal parece, a los vecinos al frente de ella no parecían molestarle.

Pero a sus padres sí que los hizo enfadar.

No consentirían en absoluto que a su querido, su único y dulce hijito fuese lastimado por una roca desprendida a gran velocidad producto de las excavaciones o que su tez se tornara rojo-rosácea por las quemaduras del astro rey. No, claro que no. Algo había que hacerse.

Sucedió entonces que el padre recordó que un amigo suyo vivía en una calle a una cuadra de allí, y que si la tomaba no le llevaría mucho más tiempo llegar a casa. Además, por allí únicamente existían edificios altos de oficinas, casitas silenciosas y viejecitos mirando a la nada. Y ya, tan tranquilo y apacible como lo es eso. No correría riesgo alguno y además se protegería del sol. Del odioso sol que empezaba a brillar con más fuerzas por estos meses y al que tanto odiaba su familia.

Y cuando le preguntaron por qué no quería pasar más por allí él no supo que contestar. Solo les dijo que había algo que lo fastidiaba.

Su padre consulto con su amigo sobre si alguien andaba acosando a su hijo, si alguien se lo había llevado a algún callejón o le estaban echando miradas lascivas. Y él lo negó todo, porque nada de eso era verdad. Más allá de un vecino que lo miraba con malos ojos cuando de casualidad se agachaba a recoger alguna florecilla de su jardín, nadie más le prestaba atención al bello muchacho ¿Cómo puedes pensar tú, que nuestro tranquilo barrio es inquietante para tu arrogante y malcriado hijo? No me pidas más favores, solo te cumpliré este porque yo también me preocupo por la salud del muchacho.

Y así quedaron las cosas. Atado a su nueva normalidad, estaría condenado a sentir los ojos misteriosos y ajenos pasearse por su persona. A recorrer cada centímetro de su cuerpo con la vista, a regocijarse de lubricidad por sus finos rasgos. A todo lo que él era y todo lo que simbolizaba. Todo lo que no era el otro. Todo porque no podía confesar que sentía miedo, porque no podía aceptar que uno de sus admiradores lo acompañara a casa.

Tal vez así, hubiese sentido menos miedo y a él le hubiese quedado claro que sus intenciones no tenían cabida en su vida. 

𝙖𝙡𝙘𝙖𝙣𝙩𝙖𝙧𝙞𝙡𝙡𝙖𝙙𝙤 (𝙋𝙞𝙘𝙤𝙋𝙖𝙞)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora