𝓼𝓾𝓻𝓮

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¿Dónde quiere que lo deje, señor? –Preguntó el rubio, mientras apoyaba parte del peso de la caja en su rodilla descubierta. Los parpados del hombre apenas se movieron un poco, cubriendo sus flácidos ojos. Lentamente, levanto el brazo y apunto a su pórtico.

Aquí al lado de la puerta, por favor.

Claro –Respondió el escolar, con más bien un tono mordaz que en absoluto no le gusto al hombre, que frunció el ceño. Puso ambas manos sobre su bastón y lo vio tambalearse sobre sus piernas de alambre hasta el lugar indicado anteriormente. Senpai dejo las cajas sobre una alfombrita para que no se ensuciaran y suspiro, algo cansado. Tenía los músculos del cuerpo agotados por todo el ejercicio que había tenido que hacer hoy, en clase de gimnasia.

Gracias –Dijo el viejo, acercándose y dejando caer dos monedas sobre su palma extendida. Senpai jugueteo un rato con el dinero dentro de su puño, se alzó de hombros y camino de vuelta a la pista.

Sin darse cuenta, sin posicionarse correctamente, sin mirar a donde sus pies tocaban, se estiro cuan largo era y se detuvo un momento a observar a su alrededor. El día estaba más brillante de lo normal, lo que hacía que todo el barrio se viera un poco más vivo que de costumbre. Quizá con una buena limpieza de polvo y unos cuantos arreglos, esta sería una bonita calle para vivir.

Eso pensaba, mientras su lengua se acercaba muy lentamente hacia su descubierto tobillo.

No lo hacía con maldad o lujuria. Un simple toquecito, un simple roce. Nada más.

Su lengua se deslizaba por el contorno del hueso del tobillo y subía un poco. En un acto animal, cercano. El sabor de su piel tersa y suave, tal y como la había imaginado. El pequeño temblor que recorrió su cuerpo entonces, deleitable.

No era ningún morboso, solo quería tocar, solo quería sentir.

Pero tal y como esperaba, Senpai solo se quedó unos segundos congelado por el pánico y acto seguido echo a correr. Tan rápido que ni él con sus ojos de reptil pudo seguirle el rastro.

Lo que sí pudo seguir fue su estridente grito que se alejaba muy rápido por la dirección opuesta. Casi llorando y casi vomitando del miedo y el asco, respectivamente.

El anciano que le había pedido ayuda para llevar esos paquetes a la puerta de su casa solo atinó a reírse entre dientes, una risa que el de luceros blancos no escucho porque ya se había marchado. 

𝙖𝙡𝙘𝙖𝙣𝙩𝙖𝙧𝙞𝙡𝙡𝙖𝙙𝙤 (𝙋𝙞𝙘𝙤𝙋𝙖𝙞)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora