𝓨𝓸𝓾 𝓪𝓻𝓮

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Refunfuñaba y maldecía en voz baja. No hacia el chico naranja, no, jamás. Hacia su persona, hacia su patética y triste persona.

Sabía que estaba mal insistir, sabía que estaba mal hacerlo sentir pena, pero no podía evitarlo ¿No sufría él también? Sí que lo hacía.

Sufría cada momento en el que no estaban juntando sus labios, cuando no se miraban con eterno y pasional amor. Entonces, sufría.

Pateo una roca diminuta en su camino, que cayó y se hundió para siempre en las negras aguas al lado suyo. Se sentó un momento, a reflexionar.

Prince, Prince ... Cuanto daría porque siquiera fijase sus ojos con amor por lo menos una vez sobre él. Y no va a pasar, no podría.

Por más que quisiera pensar lo contrario, en los ojos ajenos no se formaba nada. Más allá del afecto que uno le tiene un amigo, y más allá de la compasión que se le tiene a uno al cual no puedes corresponder.

Él podía cambiar eso.

Solo tenía que encontrar la salida de esa condenada ciudad. Caería rendido entre sus heroicos brazos y lo amaría. Así seria, debía de ser.

Se sintió un poco culpable siendo que ahora uno de sus mayores impulsos para seguir no era el salvar a sus amigos, si no llamar la atención del príncipe.

¿Por dónde se estaba yendo antes de ir a la reunión? Ah, sí. Por la derecha. Enfilo el poco tramo que había llevado y descubrió más caminos serpenteantes que se bifurcaban a todas partes y a ninguna. Un camino sin fin.

Se guio por su oído, hacia lo que parecía ser la ciudad. Quizá hallaría otra alcantarilla mal cerrada y ese sería el fin de sus expediciones. O por lo menos un desaguadero de aguas residuales por el cual escapar. Sucios, pero vivos.

En vez de eso, halló pronto otra ventana al mundo exterior. Mucho más larga, pero más angosta, de la que estaba acostumbrado a visitar. Apenas y podía caber su mano, o su hocico. De esta caía agua sin parar, no sabía de donde venía.

No había mucho que ver, una ventana con las persianas cerradas en un anodino edificio azul y nada más. A lo lejos, pasos apresurados que se acercan rápidamente.

Algo en él le pide que se quede, que espere. Su instinto lo ha salvado muchas veces y es el quien lo guía en estas tinieblas, así que le hace caso.

Agranda sus blancos ojos cuanto puede apenas lo vislumbra.

¨¿Chico?'

Allí la barrera que los separa. Tan cerca y tan lejos. El dolor que es capaz de ver en sus ojos, en las muecas que hace. Como se retuerce bajo el calor y como todo su cuerpo tiembla.

No sabe muy bien que hacer, ni que le está pasando. Solo puede imaginar que el sol lo está lastimando, pues ha adquirido rápidamente el color que los camarones obtienen al estar hirviendo en agua.

¨Hirviendo¨ se le bien a la mente y entra en pánico.

Primero intenta decirle algo, peor se calla de inmediato. No es buena idea mostrarle su existencia allí abajo (A pesar de que, él parece ser consiente ya). Entonces, lo segundo que se le ocurre en lanzarle agua. Como sus manos son grandes, tranquilamente puede tomar lo suficiente y lanzárselo.

O lo intenta.

La intención es lo que cuenta. 

𝙖𝙡𝙘𝙖𝙣𝙩𝙖𝙧𝙞𝙡𝙡𝙖𝙙𝙤 (𝙋𝙞𝙘𝙤𝙋𝙖𝙞)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora