Luego de varios minutos que parecieron eternos, Helmut finalmente pudo salir de la iglesia. A pesar de la gran calma que se apoderó de su cuerpo, algo no estaba bien... Nunca lo estaría. Aún recordaba aquel rostro tan horrible, lleno de odio y resentimiento; por un momento sintió como si de su propio reflejo se tratase, demostrando como yace un terrible mal en su interior.
Todos a su alrededor trataban de calmarlo, desde que salió de los aposentos no había mencionado palabra alguna. Su rostro permanecía pálido, tan blanco como la nieve; acompañado por una frialdad que cubriría el temor de su corazón, formando parte de él, de su silencio.
—Helmut, mírame —Steve estaba preocupado, a pesar de ello no sería capaz de sentir lástima por él.
Por otro lado el castaño permanecía con la mirada perdida mientras que varias lágrimas se deslizaban por sus mejillas, era una escena devastadora.
—Helmut, todos te están viendo —El joven diácono ayudó al padre a ponerse de pie; a su alrededor podía escuchar los innumerables murmullos por parte de la multitud que los rodeaba a ambos.
—Por favor ayúdame Steve, no puedo dejar de verlo —La voz de Helmut era tan débil como sus ganas de seguir adelante.
De un momento a otro, un gesto de dolor se formó en su rostro; agarró con fuerza el rosario que rodeaba su cuello y lo arrancó con fuerza dejándolo caer en el suelo. Tanto las monjas cómo los monaguillos quedaron atónitos ante tal acto.
Aquella noche varios periodistas acudieron al lugar para entrevistar a distintos miembros de la familia Bernard, cuyas entrevistas fueron opacadas luego de presenciar el comportamiento del nuevo párroco. Fueron distintos medios de comunicación los encargados de difundir todo lo sucedido, provocando que la reputación de la iglesia se viera gravemente afectada una vez más, impidiendo así, que Helmut o cualquier otra persona pudieran hacer algo al respecto.
Esa fue sin duda una noticia que acaparó las portadas de múltiples diarios, muchas de ellas estaban acompañadas por títulos amarillistas y fotografías de como el mismo sacerdote no pudo lidiar con lo ocurrido. Esto último devastó a Helmut por completo, quien a partir de ese día fue incapaz de salir de su vivienda sin sentir culpa debido a las miradas de las demás personas; una gran humillación fue la responsable de que se aislara por completo de los demás, sintiendo como los días pasaban lentamente como una condena a causa de sus pecados.
Por otro lado estaba James Barnes, un locutor de radio que se encontraba en momentos difíciles. Su programa no estaba causando ningún tipo de impacto en su ya inexistente audiencia, la cual era únicamente atraída por los temas más morbosos y deleznables.
Cuando James vio por primera vez aquella noticia, una gran sonrisa se formó en su rostro. Finalmente había encontrado un caso para exponer al ojo público y así poder recuperar su carrera; a pesar de ello no pudo evitar sentir lástima por el sacerdote, pues era obvio que aquellas fotos lo arruinaron de por vida, pero a decir verdad, eso era algo que no le importaba demasiado.
Fue entonces que decidió buscar al padre para conocer su versión de los hechos, estaba seguro de que ese sería un programa inolvidable.
Jueves diecisiete de febrero de 2002
Finalmente James se encontraba en Gordes, un pueblo ubicado en el corazón de La Provenza; fue ahí en donde dio inicio uno de los supuestos sucesos paranormales que atemorizaron a todos los habitantes. Gracias a varios de sus contactos pudo conseguir la ubicación exacta del sacerdote, aunque en realidad cualquier persona con acceso a Internet podría obtener dicha información sin mayor esfuerzo.
Sin más tiempo que perder Barnes se dirigió a la morada del padre, durante todo el camino trató de encontrar las palabras correctas para dirigirse a él sin hostigarlo, pues de cierta manera también quería ayudar a limpiar su imagen con aquella entrevista.
Una vez que se encontraba en frente de su casa tocó delicadamente la puerta, los minutos pasaron y no obtuvo respuesta alguna; fue así como insistió innumerables veces hasta llegar al cansancio.
Se temía lo peor, ¿Qué pasaría si el sacerdote se había suicidado tras todo el acoso que estaba recibiendo? ¡Se quedaría sin programa y habría gastado todo su dinero en vano!
—¡Padre Helmut! —Gritó mientras tocaba la puerta de manera insistente.
—¡Sólo quiero hablar con usted! —James empezaba a perder las esperanzas.
En ese momento pudo notar con el rabillo del ojo una de las ventanas y no lo pensó demasiado; tomó una piedra en manos y rompió los cristales para luego adentrarse en la vivienda en busca del sacerdote.
Una vez dentro del lugar su primera impresión fueron unos dibujos que estaban en todas las paredes, parecían rostros en agonía. Todos ellos gritando con una voz silenciosa, acompañados por unos ojos que aparentemente lo seguían con la mirada.
—¡Helmut! —James se sentía cada vez más incómodo en aquel lugar.
De la nada un enorme perro de color negro corrió por la habitación, Barnes pudo sentir como el pelaje del animal le rozó por las piernas. El ambiente cambió de manera repentina, el frío le caló hasta los huesos haciendo que un escalofrío le recorriera por todo el cuerpo.
Luego de que el can se escondiera debajo de una mesa James decidió avanzar, y al momento de abrir una puerta finalmente pudo encontrar al padre, quien estaba en una esquina de la habitación en posición fetal mientras susurraba cosas en latín.
—Noli me cadere —El castaño no dejaba de repetir dichas palabras.
James se recostó a su lado mientras trataba de calmarlo, pudo notar que tenía unas grandes ojeras; pero eso no fue un impedimento para notar la gran belleza de su rostro... Era como ver a un ángel. Esa misma sensación le hizo olvidar los nervios del momento, era como si las cosas se dispersaran a su alrededor mientras se perdía en aquel par de ojos ámbar.
—Oye, todo estará bien —Mencionó el locutor mientras acariciaba su espalda.
Al sentir su tacto Helmut se sobresaltó regresando a la realidad. Cuando notó la presencia de James se puso de pie y corrió hacia la cocina, ya estando ahí tomó un cuchillo en manos y se acercó a él de manera amenazante.
—¡Vete de aquí! —Reprochó el padre.
—También es un gusto conocerte. Soy James Barnes, he venido a ayudarte —Mencionó con una sonrisa.
Entonces Helmut lo notó, sus ojos... Esos ojos azules tan brillantes. Por un momento se sintió desfallecer al recordar aquellas palabras que hacían eco en su cabeza:
"Encuentra al de ojos azules".
Entonces todo empezó a tener sentido; una señal de esperanza inundó su alma.
Helmut dejó caer el cuchillo y observó al contrario anonadado, simplemente no se lo podía creer.
James no supo cómo reaccionar, aun así estrechó su mano con la del padre y este último correspondió al acto.
—¿Cómo piensas ayudarme? —Agregó Helmut con duda.
—Soy uno de los locutores de radio más Importantes del país, te daré voz en mi programa para que todos sepan lo que sucedió en el noventa y siete cerca de la iglesia y así podrás quitarte un gran peso de encima cuando todo se aclare —James se mantuvo firme en cada una de sus palabras, sabiendo perfectamente que le estaba mintiendo.
Zemo no estaba del todo convencido ante aquella propuesta, la última vez que habló con el obispo le quedó muy claro que si decía una sola palabra su vida estaría arruinada, pero... ¿A caso no lo estaba ya? No tenía nada que perder, nada tenía sentido en su miserable vida.
Una vez más le dedicó una mirada curiosa a James, quien permanecía con un semblante tranquilo a pesar del ambiente tan peculiar.
—¿Cuándo empezamos? —Dicho esto Helmut suspiró pesadamente.
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𝕷𝖎𝖇𝖊𝖗𝖆 𝖓𝖔𝖘 𝖆 𝖒𝖆𝖑𝖔 | 𝚆𝚒𝚗𝚝𝚎𝚛𝚋𝚊𝚛𝚘𝚗
FanfictionTras el asesinato del monseñor Kit las cosas no volvieron a ser las mismas en la iglesia. El terror y la carencia de fe sembraron amargura entre las personas de aquel lugar; el padre Helmut no fue una excepción. Fue James Barnes, un locutor de radi...