Capítulo XV

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—Me importa una mierda si es o no una buena persona, no tienes derecho a tratarlo de esa manera —Reprochó James con molestia.

—Piensa lo que quieras, pero tener miedo también es un pecado —Dicho esto Steve se sirvió un poco de vino en una copa de cristal.

—El miedo es sabiduría ante el peligro —Respondió desde la otra esquina de la habitación una voz desconocida.

Tanto James como Rogers voltearon para ver de quien se trataba, quedando aún más confundidos al ver a un hombre el cual vestía un suéter color verde olivo, unos pantalones grises y una distintiva bata blanca. Su cabello era muy similar al de Helmut, y su rostro fácilmente podría competir con el del padre debido a su belleza.

—¿Y usted quien carajos es? —Cuestionó Barnes mientras se acercaba al extraño.

—Soy el doctor Henry Bernard, he venido para atender al padre Helmut —Una sonrisa se asomó en sus labios luego de mencionar aquello.

Aquel apellido puso en alerta a James, no sabía mucho acerca de esa familia pero si de algo estaba seguro era que no podían confiar en ellos. Él y Steve se miraron mutuamente con desconfianza pero antes de poder hacer algo al respecto uno de los diáconos llamó al doctor para luego guiarlo hacia la habitación de Helmut.

—Él no puede acercarse a Helmut —Mencionó James entre dientes.

—Por fin estamos de acuerdo en algo —Agregó Steve.

Tercer día de rosario

A la mañana siguiente Helmut despertó en su habitación algo confundido, se sentía más cansado que de costumbre y no podía recordar del todo bien lo que había pasado la noche anterior.

Su estómago le dolía bastante, y fue eso lo que le ayudó a recordar lo que había hecho antes de encontrarse con James y Steve.

Luego de lavar los cubiertos se dirigió a su habitación, y justo cuando estaba por entrar un mareo provocó que perdiera el equilibrio. Se sujetó con fuerza en el marco de la puerta mientras colocaba una de sus manos en su cabeza.

Una vez aliviado decidió ir al baño, estando ahí mojó su cara y un hormigueo recorrió sus muñecas; esas que apenas estaban cicatrizando luego de los profundos cortes que se había provocado con anterioridad. Aquella sensación era sumamente extraña, era como si su propio cuerpo le exigiera hacerse daño.

Se puso nervioso, la culpa invadió cada rincón de su ser y las náuseas aparecieron una vez más al recordar todo lo que había comido ese día.

Helmut estaba tan decepcionado de sí mismo que empezó a golpearse el estómago una y otra vez, con esto consiguió vomitar todos los alimentos que había ingerido pero a su vez un dolor punzante permaneció en su interior debido a los golpes.

El castaño suspiró tras recordar aquella escena, no podía decir que estaba arrepentido pero aquel dolor aún no cesaba y eso lo estaba estresando aún más. Se puso de pie y empezó a despojarse de sus prendas, su piel estaba marcada por varios moretones, rasguños y cortadas las cuales eran un recuerdo constante del castigo que estaba viviendo día tras día.

Miró su mesa de noche y notó la presencia de un par de velas blancas, ambas estaban casi derretidas en su totalidad. A su lado reposaba un encendedor el cual llamó de inmediato su atención.

Lo tomó con una de sus manos, lo miró fijamente y luego lo encendió; aquella llama hacía que sus ojos brillasen y a su vez iluminaba su rostro, el cual permanecía con una expresión seria.

Pasó alrededor de un minuto, entonces lo apagó y apretó la superficie de metal en uno de sus brazos provocándole una quemadura que dejaría su piel enrojecida. El dolor calmó sus miedos, y su mente quedó en completa calma tras recibir gustoso aquel castigo al que él mismo decidió condenarse.

Luego de sumergirse en sus pensamientos una vez más Helmut tuvo que vestirse con su alba y salir para rezar junto con las demás personas que lo estaban esperando con preocupación, temiendo que algo grabe le hubiera pasado.

Para él fue difícil el tener que fingir una sonrisa mientras trataba de soportar el dolor y el cansancio al que había sometido a su cuerpo últimamente, pero aun así estaba dispuesto a seguir con sus malos hábitos.

Era lo único que lo hacía sentirse vivo.

"El bosque me observa y respira a mi lado, la neblina cubre cada parte de mi ser y me hace sentir seguro; como un manto que me rodea o incluso como el abrazo que me hace falta sentir.

El cielo está nublado al igual que mi mente, no puedo sentir el frío que reposa sobre la tierra.

De pronto veo las velas y me pregunto si el fuego logrará encender las llamas de mi corazón, ese que yace roto en mil pedazos.

No puedo dejar de pensar... No puedo pedir ayuda.

Es así como el manto de los ángeles cubre mis huesos, puedo sentir como estoy cada vez más cerca de Dios y eso es suficiente para mí.

Trato de olvidar los recuerdos de un amor imposible, uno que me destruyó de mil maneras distintas.

Quizá sea por ignorancia,

Quizá sea por debilidad.

No merezco nada de esta vida; ni alimentos, ni mucho menos felicidad.

Así que lloraré bajo la lluvia, ignorando ese dolor que recorre por mis venas."

Cuarto día de rosario

Una vez más todos se encontraban reunidos frente al altar, rezando con total devoción y fe. Finalmente Helmut se encontraba más cuerdo, cosa que lo ayudó a procesar mejor sus emociones para así poder ayudar a sus amigos, quienes a pesar de no tratarlo del todo bien, como en el caso de Steve, seguían siendo importantes para él.

Mientras tenía su rosario en manos se sintió observado, un ligero cosquilleo recorrió su espalda y fue eso lo que lo incitó a voltear hacia la dirección en donde sentía dicha mirada. Fue entonces cuando se encontró con los ojos cafés de un hombre cuya belleza lo hizo estremecerse; de inmediato desvió la mirada y trató de concentrarse durante el rezo, cosa que no logró conseguir.

Una vez finalizado el rosario decidió acercarse a aquel extraño, quien le dedicó una cálida sonrisa una vez que ambos estuvieron lo suficientemente cerca.

—¿Qué lo trae por aquí? —Helmut sentía mucha curiosidad por aquel hombre.

—Disculpe mi imprudencia, creo que debió de haber perdido la memoria luego de lo ocurrido— Rio —. Soy el doctor Henry, nos conocimos anoche —Dicho esto estrechó su mano con la de Helmut.

—Un gusto, lamento tanto no haberlo reconocido —Mencionó el sacerdote con cierto nerviosismo.

—Me gustaría hablar con usted en un lugar más... Privado, si me lo permite claramente —Agregó Henry con calma, no quería alarmar a Helmut.

Este último dudó por algunos segundos, luego accedió ante tal petición y ambos se dirigieron al confesionario para continuar con su plática.

𝕷𝖎𝖇𝖊𝖗𝖆 𝖓𝖔𝖘 𝖆 𝖒𝖆𝖑𝖔 | 𝚆𝚒𝚗𝚝𝚎𝚛𝚋𝚊𝚛𝚘𝚗Donde viven las historias. Descúbrelo ahora