Capítulo VI

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Luego de todo lo ocurrido ambos corrieron sin rumbo alguno entre la densa oscuridad que los rodeaba, Helmut se sintió desfallecer al momento de recordar aquel rostro, uno que al parecer lo seguiría hasta la eternidad.

—¿Estás bien? —James hizo una pausa para tomar aire al igual que el contrario.

El sacerdote no podía modular palabra alguna, la impresión fue tal que estaba a punto de colapsar. James colocó sus manos en el rostro pálido del padre para que ambas miradas se encontrasen, quería hacerle saber que no estaba solo en aquella situación... Quería hacerle saber que todo estaría bien.

—Sus ojos —Mencionó Helmut con dificultad.

—Tranquilo, no dejaré que te hagan daño —Dicho esto Barnes ayudó al sacerdote a seguir caminando.

Los minutos se convirtieron en horas y James no tenía ni la más mínima idea de que hacer en esos momentos. Era obvio que nadie les creería, pero además de eso él era nuevo en aquel lugar, no conocía su entorno y se sentía completamente desconcertado.

Con el tiempo Helmut pudo calmarse y meditar las cosas con mayor claridad, fue ahí cuando pensó en su única alternativa.

—Sígueme, conozco un lugar seguro —Su voz sonaba cansada.

James se limitó a cuestionar las decisiones del padre, pues de cierta manera también estaba procesando lo que había visto en aquella casa. No era posible que el perro haya sido aquel monstruo, pues la primera vez que sus ojos observaron aquellas pupilas rojas cual rubís, sintió una calma indescriptible, podría decir sin culpa alguna que se encariñó con aquel animal a pesar de no haber convivido mucho con él.

En su mirada pudo percibir miedo, y en su silencio un grito de ayuda.

La culpa lo estaba consumiendo lentamente, ambos dejaron a aquel can indefenso con lo que sea que estuviera en esa casa.

—¿Seguro que no tienes mascotas? —James quería asegurarse de no haber cometido un error al abandonar al animal.

Helmut suspiró y se dio media vuelta, sus ojos emanaban una profunda y agonizante tristeza.

—No... Sólo es un perro callejero —Mintió sabiendo perfectamente que aquel can no era insignificante para él; nunca lo sería.

James no podría estar más confundido, a pesar de ello todo lo que estaba sucediendo a su alrededor era tan intangible que le daba un buen presentimiento, su programa sería el más reconocido luego de relatar todo lo ocurrido, sólo debía aguantar un poco más.

Tras caminar entre las desoladas calles por un largo tiempo ambos llegaron al destino predilecto por Helmut; Barnes simplemente no se lo podía creer.

—¿Es una broma? —Agregó James un tanto molesto.

En frente suyo se encontraba la iglesia, aquella en donde el sacerdote vivió una completa pesadilla y de la cual no había sabido nada durante todo ese tiempo. Aun así Helmut estaba seguro de que no le negarían la entrada, después de todo seguía siendo parte primordial de aquel lugar.

Ambos se dirigieron a la entrada, en donde uno de los vigilantes reconoció a Helmut de inmediato. Este último sonrió esperando ser recibido con los brazos abiertos, pero no podría estar más equivocado.

—¿Qué hace aquí? —Reprochó aquel hombre con una notable molestia.

—He venido a enmendar mis errores —La voz del padre era temerosa.

—Debí imaginarlo, después de todo fue el único que se tomó un largo descanso mientras que los demás hemos estado pagando el precio de sus errores, es usted un sinvergüenza —Dicho esto el hombre les cerró la puerta en la cara.

—¡No le hables así! —James pateo la puerta con fuerza para luego escupir en el suelo.

Helmut retrocedió en silencio mientras Barnes gritaba miles de groserías, no podía procesar del todo bien lo que estaba ocurriendo y se preguntaba una y otra vez.

¿Por qué?

Desde un principio su mayor propósito era proteger a los demás, llenar el mundo de alegría y limpiar los corazones de todos sus hermanos pero al parecer eso nunca iba a suceder. Había perdido su camino y ahora todo era tan agobiante que simplemente ya no podía más.

A pocos pasos de él vio una estatua de Jesús, podía sentir como aquel rostro lo veía con total decepción y eso fue el colmo. Helmut se sentó en el suelo mientras lloraba a causa del resentimiento, preguntándose a sí mismo por qué había cedido ante el puesto de sacerdote.

James corrió de inmediato hacia donde estaba el padre, al momento de sentir sus heladas manos un nudo se formó en su garganta. Ver cómo una persona llega al borde del colapso emocional es simplemente desgarrador, sobre todo si esa persona es importante para ti.

Intentó calmarlo mientras le hablaba con una voz suave, incluso trató de rezar a su lado implorando por un poco de paz para su mente; podía sentir su dolor en cada sollozo, sintiéndose tan impotente por no saber qué hacer en aquellos momentos.

—Deja de ser tan dramático —

Aquella voz tan familiar sacó a Helmut de sus pensamientos, de inmediato alzó la mirada y se reencontró con los ojos azules de Steve. Este último lo ayudó a ponerse de pie mientras miraba a sus alrededores, estaba preocupado no sólo por Helmut, sino por lo que acechaba en las penumbras.

—¿Y tú eres? —James no tenía un buen presentimiento.

—Steve Rogers, un gusto —Dicho esto ambos estrecharon sus manos.

James notó algo en la mirada de Steve, algo que lo hizo dudar sobre sus intenciones con Helmut. Si bien ambos no se conocían lo suficiente como para hablar de cosas más personales podía deducir sin mayor esfuerzo que ambos tenían una relación particular, quizá era cosa del pasado, pero no confiaría del todo en él.

𝕷𝖎𝖇𝖊𝖗𝖆 𝖓𝖔𝖘 𝖆 𝖒𝖆𝖑𝖔 | 𝚆𝚒𝚗𝚝𝚎𝚛𝚋𝚊𝚛𝚘𝚗Donde viven las historias. Descúbrelo ahora