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Ana Guerra sabía que estaba mal cruzar las puertas de aquel restaurante de sushi, pero aun así lo hizo.

Quería hablar con Mimi Doblas.

Tenía un sentido del humor extraño y hablaba de vaginas como si fuese un típico tema de conversación entre desconocidas, pero se sentía cautivada por su belleza y por su forma de ser. Jamás había conocido a una persona tan llena de confianza, con movimientos tan elegantes y sentimientos tan enigmáticos.

Buscó a la chica con la mirada y no tardó en encontrarla. Estaba sentada justo en el centro del lugar, apoyando los codos sobre la mesa y colocando su rostro sobre sus manos, manteniendo la mirada en uno de los bonitos cuadros de la pared con las facciones completamente inexpresivas.

Ana sintió un leve apretón en su pecho al darse cuenta de que no era la única que notaba la majestuosa presencia de Mimi en aquel lugar. Había más de diez hombres fijando la mirada de forma nada disimulada en ella, y esto la hacía arder en su interior, aunque las razones de aquel incendio eran claramente desconocidas.

La tatuadora finalmente logró llegar al lugar que Mimi ocupaba y se sentó frente a ella. De inmediato notó que los ojos de los hombres también comenzaban a recorrer su cuerpo, y la misteriosa chica de las libélulas tatuadas sonrió complacida ante esto.

Fue así como Ana comprendió que Mimi había elegido aquella mesa justamente por aquel motivo: Le gustaba que la admiraran. Le gustaba que los demás se dieran cuenta de su incomparable belleza.

Ana suspiró. Ella siempre elegía la mesa del rincón.

-Sabía que vendrías -Susurró, y parecía un tanto aburrida mientras hablaba. La estaba observando con sus penetrantes ojos verdes, los lentes de sol colgando del bolsillo de su chaqueta de cuero-, por eso me ocupé de ordenar por ambas. Espero que no te moleste.

-No me molesta -Confirmó, y era cierto. Le encantaba el atrevimiento de Mimi, y también lo autentica que era. No cambiaba para impresionarla. Ella era impresionante.

Le gustaba eso de ella.
-Bien -Dijo con una sonrisa antes de mover su cabeza levemente a la derecha, despegando sus ojos de los de Ana y concentrándose en algo detrás de ella.

Cuando Ana buscó con su mirada lo que Mimi estaba viendo se encontró con un hermoso panda deslizándose por los árboles de bambú perfectamente pintados sobre un lienzo. Era el cuadro que la chica había estado admirando antes de su llegada

-... Yo lo pinté -Reconoció con orgullo, y cuando Ana se giró para verla la descubrió sonriendo. Y aquella era una sonrisa de verdad.

-No pensé que te dedicaras a la pintura -Murmuró amablemente con una sonrisa mientras se fijaba en los dedos de la chica, los cuales seguían sirviendo de apoyo para su cabeza. Pensó en cuántos cuadros habían pintado aquellas pequeñas extensiones pálidas, en cuántas veces aquellos dedos habían trabajado horas y horas para hacer obras como aquel panda que apenas recibía atención-. Pensé que eras una mujer con otro tipo de... negocios.

Por otros negocios se refería a dueña de grandes empresas o, incluso, algo afiliado con el narcotráfico.

-Lamento haberte decepcionado.

Ana negó de inmediato.

-No me has decepcionado, Mimi. Esta es una grata sorpresa -La animó-... Eres muy buena.

-Gracias. Nací con ese don... Tú tampoco eres mala.

-Gracias. Tuve que recibir clases de arte durante cuatro años para que mis dibujos llegaran a ser lo que son ahora. Antes daban asco, pero asco de verdad -Siempre que contaba esa historia lo hacía con una sonrisa. Se sentía orgullosa de sus logros, así como Mimi al ver aquel cuadro.

LA TATUADORA DE LIBÉLULASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora