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El séptimo mes ellas hicieron el amor por primera vez.

Nada les advirtió lo que sucedería. Ni el canto de los pájaros, ni desconocidos regalando rosas. Ningún cliente demasiado extraño se hizo presente a Luz Tattoos, y mientras caminaban hacia el restaurante de sushi ningún musical idiota comenzó.

No se sentaron en la mesa del centro, y tampoco en esa que ocupaban cuando Miriam las acompañaba. En realidad, la mesa que habían escogido se encontraba entre esas del montón que no te hacen ser el centro de atención, pero tampoco permite que te ignoren por completo.

Mimi estaba usando una camisa azul y holgados pantalones grises. A sus pies los cubrían un par de zapatillas deportivas. No había beanie, ni gafas de sol, ni una chaqueta. El color negro se había marchado. Tampoco había un aire de superioridad en su rostro.

Aun así, Ana, aun veía al unicornio que se escondía tras sus ojos.

—¿Sabes en que mes estamos? —Preguntó la pintora mientras alzaba las cejas y sonreía levemente al apoyar la barbilla en sus manos.

Ana suspiró al ver las vendas en sus muñecas, las cuales ya estaba acostumbrada a encontrar todos los días. Se preguntaba muy seguido cuándo desaparecerían, cuándo Mimi finalmente aceptaría recibir ayuda.

Esperaba también que ese día llegara pronto.

—¿Febrero? —Había confusión en su voz.

—¡Exacto! —Confirmó con alegría— ¿Sabes lo que eso significa?

—¿Que es... febrero?

Mimi rio ante esto y negó con su cabeza lentamente.

—La primera vez que nos vimos era febrero, Banana —Le recordó, y Ana casi se golpeó la frente ante algo tan obvio. Era difícil para ella ser tan detallista—. Yo me veía increíblemente sexy ese día, y tú también.

La tatuadora tenía imágenes de ese día, pero ninguna era completamente nítida en su mente. Es extraño, pero a veces olvidamos las cosas que realmente importan.

—Sigo sin entender por qué no escogiste los tatuajes de Karina o Cinthia —Murmuró mientras le regalaba una sonrisa que solo aparecía cuando estaban juntas.

—Ya te lo dije hace algún tiempo, amor: Tus tatuajes eran los únicos que tenían lo que yo estaba buscando.

—Creo que también te he preguntado qué estabas buscando.

Mimi elevó una de las comisuras de sus labios y la miró antes de acariciar su mejilla con su mano, la cual Ana sujetó para dejar un beso en la suave piel de sus nudillos.

—Buscaba amor —Confesó—. No quería el mejor tatuaje del mundo, y tampoco a una tatuadora de demonios. Necesitaba a alguien cuyas obras transmitieran tanto amor como el que yo sentía hacia mi abuela... Y sé de amor y de arte, Banana. Sé cómo se conectan en los trazos, pues también puedes encontrar amor en lo que yo hago. Yo necesitaba una obra lo suficientemente bonita, delicada, cariñosa y pura como para decorar mi piel.

Cuando la miró a los ojos, la típica calidez del cariño la cobijó.

—Tal vez necesitaba una tatuadora pura también.

Ana habría respondido esto con una bonita frase, pero el oportuno mesero de siempre llegó con su pedido.

La Mimi con quien había tenido su primera cita le habría ordenado marcharse. Esa Mimi simplemente le agradeció con una falsa sonrisa.

—Te amo —Susurró Ana mientras veía a la pintora llevarse un rollo de sushi a la boca.

La pintora la miró con sus ojos verdes y sonrió dulcemente ante esto, así como un niño al que acaban de decirle que no tiene que ir a la escuela al día siguiente.

LA TATUADORA DE LIBÉLULASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora