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El quinto mes alguien más murió

Se acercaba la navidad y las típicas decoraciones sin sentido comenzaron. Ahora había luces, brillos y un árbol en el estudio, además de promociones especiales que todo el mundo había estado esperando.

El día había empezado bien para Ana. Una joven mujer sobreviviente al cáncer había salido de la tienda con lágrimas en los ojos, y un pequeño había admirado con ojos de inocencia su trabajo sobre uno de los brazos de su padre.

Decidió hablar con Miguel cuando su descanso llegó. Quería hacerlo desde hacía ya mucho tiempo, pero solo ese día logró reunir el valor.

—¿Tienes un momento? —Preguntó al llegar al depósito. Miguel sonrió, y parecía haber estado esperándola.

—Solo si me acompañas mientras almorzamos. Estas horas suelen ser muy solitarias.

La tatuadora aceptó. No tenía nada más que hacer.

—¿Vas a hablarme de Aitana?

—¿Cómo lo sabes?

—No eres muy sutil, Anita.

Era algo que ya sabía.

—¿Te dolió?

—¿Saber que me engañaba? Sí. ¿Saber que era feliz? No.

—Debes de amarla mucho.

—Sí, y es por eso que la dejé ir. No quiero que esté a mi lado solo por culpa. Quiero que sea feliz, y junto a mí no lo será.

Ana no lo entendía, no sabía lo que se sentía perder a un amor, pero imaginaba lo difícil que aquello debía ser.

—¿Y por qué no le dijiste a nadie las verdaderas razones? —Lo cuestionó. Era algo que desde el principio había querido saber— Amo a Aitana, pero fue una idiota. Habría entendido que te enojaras.

—Estaba enojado, Ana, pero no creí que fuera suficiente razón para contar ante todos nuestros problemas. La gente es cruel, y con solo un error olvida todos nuestros aciertos —Se explicó con melancolía—... No podía hacerle eso.

Ana hizo silencio. No sabía que más decir.

—¿Qué tal tú? ¿Tienes a alguien más?

—No aun, y realmente no me importa. No necesito a nadie a mi lado para ser feliz.

—Eso me alegra.

Realmente lo hacía.

—Gracias, Miguel.

—¿Por qué me agradeces?

—Por no ser ese tipo de persona.

🦟

La pintora no apareció a la hora de siempre, pero Ana no tuvo tiempo para preocuparse por ello. La tienda estaba abarrotada, los clientes llegaban en enormes grupos y los pedidos aumentaban con el pasar de las horas.

Mimi llegó en un momento difícil. Varios clientes esperaban su turno, una chica con poca resistencia al dolor pasaba por sus manos y la muñeca comenzaba a dolerle.

—Mimi está aquí. Dice que necesita hablar contigo —Le notificó Miguel mientras la chica siendo tatuada, Sara, pedía se tercer descanso en menos de cinco minutos.

—Dile que pase. Siempre puede pasar.

—Quiere hablar contigo en privado —En su voz había cautela.

—Joder, Miguel. Estoy muy ocupada ahora mismo. ¿Crees que pueda esperar? —No estaba enojada, pero la presión la agobiaba.

Miguel lo pensó un poco antes de contestar.

LA TATUADORA DE LIBÉLULASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora