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El segundo mes Ana conoció a los padres de Mimi.

No fue algo planeado ni esperado. En realidad, fue como esas cosas que solo suceden por obra del destino.

El inicio del día no fue color rosa. No había terminado de desayunar cuando su familia comenzó a discutir, algo que sinceramente ella odiaba.

—¡No puedes irte a vivir con ese idiota, Aitana! —Exclamó Miriam con frustración al recibir la nueva noticia de su hermana mayor. Era la única en toda la familia que no terminaba de aceptar esa relación, y también era la razón por la cual Aitana aún no se atrevía a presentarlo ante la familia.

—No necesito tu permiso, Miriam.

—¡Mierda, Aitana! ¡Miguel y tú terminaron por su culpa!

—No fue su culpa. Fue mía. Era yo quien estaba en una relación.

—¡Pero no puedes irte con él!

Ana de inmediato se metió en aquella discusión. Odiaba las peleas, y mucho más si sucedían tan temprano en la mañana.

—¿No crees que es muy pronto, Aiti? No han estado juntos ni un año.

—Lo sé, pero quiero hacerlo. Estoy enamorada de Jamie, y estoy muy segura de esto.

—¡Estuviste dos años con Miguel y nunca pensaron en algo así! —Se desesperó Miriam. Su odio hacia Jamie era casi tangible.

—¡Ya basta! —La detuvo Amaia con furia. Con el pasar del tiempo había aceptado la nueva relación de su hermana, pues la sonrisa que solía llevar todo el tiempo impresa en el rostro era lo único que necesitaba. Era quien más la apoyaba— Jamie no es Miguel. Sé que lo quisiste mucho, todos lo quisimos y aun lo hacemos, pero si Aitana no es feliz con él no puedes forzarla.

—Púdrete, Amaia.

Clara dio un golpe a la mesa. Todos callaron, pues sabían que no era seguro molestarla al estar enojada.

—¿Realmente estás segura de querer irte con Jamie? —Preguntó a su hija.

—Muy segura —Contestó sin titubear.

—Entonces ve. No puedo detenerte.

🦟

Ese día Mimi no fue a dibujarla. Le escribió varios mensajes para comprobar su estado, pero ella no contestó ninguno.

Aun así, en medio de todos los tatuajes que hizo ese día, no tuvo tiempo para preocuparse demasiado y volverse paranoica.

La pintora llegó a la tienda cuando Ana terminó de guardar sus cosas. La muñeca le dolía, también la espalda, pero cuando ella llegó a abrazarla y la besó, tal vez con demasiada efusividad, nada de eso importó.

Cuando se alejó la notó nerviosa, inquieta. Era extraño verla así, pues sus movimientos siempre desbordaban gracia y seguridad.

—¿Te has fumado algo antes de venir, Mimi? —Preguntó con delicadeza— No te ves bien.

—Mierda, no. No he fumado nada, Banana.

La frustración acompañaba sus palabras.

—¿Estás bien, Mimi? —Preguntó entonces mientras buscaba sujetar sus manos para tranquilizarla.

Fue ante el contacto que Mimi dio un salto hacia atrás, una mueca de dolor acompañándola. Ana había tocado su muñeca por error.

La herida que la pintora se había hecho al terminar de pintar a Sky habría cerrado tiempo atrás, pero ella insistía en mantenerla abierta.

LA TATUADORA DE LIBÉLULASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora