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—¿Entonces Ana y tu irán a una fiesta hoy? —Preguntó Clara a Miriam mientras intentaba alimentar al pequeño Milo, quien solo se divertía mientras escupía su comida.

Era hora del desayuno y la gran familia estaba sentada alrededor de un pequeño comedor para seis en el que, de alguna manera, lograban comer trece al mismo tiempo.

Ana amaba esto. No solo el hecho de tener una familia, sino el de ser tan unidos como para nunca darse cuenta de lo incomodo que era aquello.

—Si —Respondió con felicidad mientras se apresuraba a comer. Llegaría tarde a sus clases en la universidad si tardaba demasiado—. Aiti y Amaia decidieron quedarse para hacer tontas manualidades.

—Increíbles manualidades —La corrigió Aitana desde el otro lado de la mesa.

—Lo que digas, enana.

—Supongo que irás con Noa —Intuyó su madre.

—Así es —Afirmó con una sonrisa. Ana lo odiaba, sentía que algo no estaba bien con él, pero si hacía a Miriam feliz no le quedaba nada más que aceptarlo.

—¿Y con quien iras tú, Ana?

—Iré con Marco. Nada especial.

Clara suspiró. Confiaba en Miriam, pero en Noa no tanto. El que Ana la acompañara le daba mucha más tranquilidad.

—Pensé que irías con esa chica del restaurante, Ana —Murmuró Julián extrañado tras el periódico que leía.

Su corazón se detuvo y sintió las mejillas arder cuando sus diez hermanos y Clara se giraron a mirarla con los ojos bien abiertos.

—¿Cómo sabes... de eso? —Tartamudeó.

—Estaba reunido con mi jefe en la mesa del fondo. Estoy seguro de que no me viste. Estabas demasiado ocupada mirando ese cuadro del panda... y a esa chica.

—¡¿No pensabas contarme, Ana?! —Se escandalizó Miriam.

—Fue solo un almuerzo —Respondió apresuradamente—. No fue nada importante.

O si lo había sido, pero no planeaba aceptarlo.

—No parecía ser solo un almuerzo, Anita —Siguió su padre adoptivo. No podía verle el rostro, pero sabía que se estaba riendo de ella.

—¿Es guapa? —Logró preguntar Clara

Aunque estaba avergonzada dio gracias por la actitud de sus padres. Años antes, cuando les había confesado su preferencia sexual, el ambiente de la casa se había mantenido tenso durante bastante tiempo. Terminaron aceptándola, por supuesto, y ahora eran incluso capaces de bromear con ella.

Se sentía agradecida porque no todos corrían con la misma suerte.

—Bastante —Afirmó. No podía mentir—. Deberías ver sus ojos. Son increíbles.

—Deberías traerla a casa —Sugirió Liz, su hermana biológica, dulcemente. No había curiosidad en ella como en sus padres y hermanos adoptivos, ni enojo como en Miriam, solo el profundo deseo de ver a Ana feliz.

—Solo almorzamos, Liz. No es para tanto.

—Yo creo que si lo es. Incluso pagó por ti —Se metió Julián, que parecía más interesado en Mimi que la propia Ana—... Además, no creo que la forma en la que te miraba es algo que deberías dejar pasar.

—¡¿Cómo es que papá sabe más de tu cita que yo, Anaa?! ¡¿Acaso no me quieres?! —Continuó reclamando Miriam.

Ana tomó un gran respiro y apoyó su frente sobre sus manos. Amaba a su familia, pero era agobiante.

LA TATUADORA DE LIBÉLULASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora