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Habían pasado once días desde que Mimi le había dicho que estaba enamorada de ella. Por supuesto, seguía sin responder sus mensajes.

—Te estás comportando como una idiota, Mimi —Cada día, debido a su frustración, los mensajes se hacían más bruscos—... Y como una cobarde también.

Era domingo, lo que significaba que su mano podía tener un descanso. También significaba, por supuesto, más tiempo para pensar en Mimi Doblas.

—Si tanto quieres saber de ella deberías ir a su departamento —Sugirió Miriam ya cansada del sufrimiento de su hermana.

Y la sola mención del departamento de Mimi le hizo recordar que había pasado exactamente un mes desde el día de la llamada.

Tal vez ahora tenía más razones para ir.

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No tenía esperanzas de que Mimi le abriera, pero ya no podía perder nada más. Además, la pintora y ella tenían un trato.

Subió hacia el piso dieciocho y buscó la puerta con la letra "D". Fue así como se encontró rápidamente frente al departamento de la pintora.

Le pareció gracioso que todas las puertas fueran blancas y estuvieran idénticamente talladas. Los fabricantes querían dar la impresión de que todos los hogares eran iguales, pero Ana estaba segura de que ningún departamento se parecía al de Mimi, o al 18-B, o al 4-F, o al 15-C.

Estaba a punto de llamar a la puerta cuando escuchó unos gritos en el interior.

—¡PAGAME AHORA! —Exigía una desconocida voz masculina.

—¡YA LO HICE! —Mimi estaba furiosa.

—¡NO ME REFIERO A ESO!

—¡NO VOY A ACOSTARME CONTIGO, BRAD!

—¡PERO LO HACES CON TODOS!

Ana se sobresaltó al escuchar el ruido de cristales rompiéndose, pasos apresurados que se hacían cada vez más audibles y luego el chirrido de la puerta al ser abierta con brusquedad.

Lo primero que vio fue el cuerpo de quien debía ser Brad, que tenía el cabello ondulado y un hilillo de sangre descendiéndole por la frente. Estaba claramente mareado.

Lo siguiente que pudo notar fue a Mimi sujetándolo por el cuello de la camisa y empujándolo hacia el corredor.

Ana jamás había visto a la pintora enojada. No hasta ese día.

Mimi hizo más presión en la camisa de Brad y lo obligó a mirarla fijamente. El hombre tembló de miedo. En ese instante Ana supo que si esa mirada cargada de odio fuese dirigida a ella posiblemente no viviría para contarlo.

—Das asco —Escupió, y finalmente lo empujó fuertemente a través del corredor.

Luego de esto el hombre solo corrió torpemente hacía el ascensor y presionó los botones al azar. No parecía importarle donde iba... Él solo quería escapar de Mimi Doblas.

En ese momento la tatuadora observó a la pintora cruzarse de brazos y soltar un enorme suspiro.

—¿Qué haces acá, Ana? —En su voz ya no había enojo. Había indiferencia, lo cual era mil veces peor.

Ana no esperaba que la chica notara su presencia, pues parecía tan enojada con Brad que había dudado que ella pudiese haberla visto. Pero lo hizo, y su cerebro le hizo creer que no todo estaba perdido.

—Ha pasado un mes... Dijiste que me pintarías.

Mimi se giró lentamente hasta que sus fríos ojos verdes chocaron con los suyos. Tenía una ceja elevada, tal y como la primera vez en la que se habían mirado a los ojos en la tienda de tatuajes.

LA TATUADORA DE LIBÉLULASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora