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El cuarto mes ellas compartieron historias.

El domingo había llegado y no tenían mucho por hacer. Su cita al aire libre debió ser suspendida cuando una terrible tormenta comenzó, así que solo les quedó como opción besarse sobre el sucio sofá de la pintora.

Fue cuando sus labios se adormecieron que decidieron tomar un respiro.

—Háblame de tus padres, banana.

Ambas estaban recostadas sobre el sofá, el cuerpo de Ana colocado sobre el de Mimi mientras su cabeza descansaba entre sus pechos. Las caricias en su cabello comenzaban a relajarla.

—¿Clara y Julián?

—No. Sobre tus padres biológicos.

La tatuadora tomó un gran respiro antes de comenzar. Le era difícil hablar sobre un pasado que prefería olvidar.

—Se llamaban Fátima y Antonio Guerra —Comenzó a relatar—. Su trabajo consistía en transportar drogas a través de varios puertos... Nací en Canarias, por cierto. Estaban en un viaje de negocios cuando las contracciones empezaron y, créeme, no me consideraron un regalo del cielo.

Ana sintió una lágrima resbalar por su mejilla. Cuando fue a secarla descubrió que su novia ya lo había hecho por ella.

—Me mantuvieron a su lado solo porque podía ayudarlos en su trabajo. Yo era pequeña, así que era capaz escabullirme fácilmente con la mercancía —Cada segundo se sentía peor, pero no podía parar de hablar—... Recibí educación en casa solo porque sabían que, al crecer, una analfabeta no sería útil. Aun así, la mitad de sus clases consistían en gritos, insultos y amenazas.

Un nudo se formaba en su garganta y, poco a poco, las lágrimas doblaban su cantidad.

—Ana, no tienes que hablar si no quieres hacerlo —La detuvo Mimi claramente preocupada.

—Quiero hacerlo. Confío en ti.

Realmente lo hacía.

—Cuando Liz nació no la trataron mejor, pero tiene suerte de no recordarlo —Susurró en medio de un suspiro, y casi parecía aliviada con este dato—... Estábamos en casa cuando los asesinaron. Fue un ajuste de cuentas, o eso dijo la policía. Yo logré esconderme junto a Liz en el sótano, pero ellos no tuvieron tanta suerte... Cuando la policía llegó la casa ya no era más que un baño de sangre, pero yo no recuerdo esa escena. Mi mente la bloqueó.

Un silencio siguió sus palabras. No sabía si se sentía mejor con un recuerdo perdido, o si prefería tener en su mente un recuerdo traumático que confirmaba que aquellos seres crueles ya no estaban a su lado.

—Luego de muchas visitas al terapeuta y varias noches en el orfanato apareció Clara. Hubo algún tipo de conexión entre nosotras, aun no puedo explicarlo, pero, luego de poco tiempo, Liz y yo ya estábamos en casa...

— Clara debe de ser increíble. No me imagino lo duro que debe ser tomar una decisión tan grande como adoptar a un niño, ofrecer amor a alguien completamente ajeno a ti —La pintora la abrazó fuertemente, buscando así darle apoyo. Y, en ese momento, parecían inseparables.

Ninguna presentía lo que iba a suceder cuatro meses después.

—Ella es genial —Admitió—... Se ocupó de Aitana cuando sus padres murieron y rescató a Amaia de las calles. Nos regaló una nueva vida, Mimi, y yo realmente no sé qué le hemos dado a cambio —Su mano buscó la de Mimi, quien jugó con sus dedos para hacerla calmar— A veces llego a pensar que su vida sería mejor sin nosotras.

Ante estas palabras Mimi la calló con un beso.

—No pienses eso, Banana. Por favor. Tal vez tú no lo notas, pero diste a su vida algo tan puro como el amor. No lo entiendes, pero ella es infinitamente feliz cuando sonríes, y tal vez eso buscaba... Ella quería verte feliz —La hizo reflexionar.

LA TATUADORA DE LIBÉLULASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora