XXII

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Los días pasaban mientras el Sol caía sobre la Tierra granulada todas las noches y regresaba sin falta cada mañana. Para todos, el tiempo pasó; sus vidas continuaron, al igual que sus noches.

Roger se encontró en una parada repentina. Los últimos meses habían sido prados de hierba recién cortada y flores frescas, y ahora solo había árboles marchitos y hojas muertas en el suelo... y todo lo que podía hacer era llorar.

Patético, pensó para sí mismo. Era patético. Patético, corriendo detrás de un hombre que nunca lo amó. Patético, corriendo tras un hombre casado. Patético, corriendo detrás de un hombre cuya esposa estaba embarazada. Patético, pues él también era un hombre casado. Patético, era patético ser un hombre como él.

Roger miró el callejón frente a él. Parecía un abismo hacia ninguna parte. ¿Por qué estaba él aquí?.

Vio algunos hombres pasando junto a él, defendiendo una imagen, un nivel para la sociedad y dejando que se desmoronara cuando se desvanecían entre las grietas de las paredes y el cemento. Roger los siguió, buscando un poco de felicidad.

Era como si toda su vida hubiera estado vacía. No se conocía a sí mismo, siempre estaba en un constante estado de confusión. Nunca nada se sintió bien. Nunca nada se sintió del todo satisfactorio. Sentía como si toda su vida hubiera estado viviendo una mentira, hasta que... hasta que se encontró con el fuego ardiente.

El fuego abrasador que lo envolvió con calor en los días más fríos, le mostró la luz y le hizo reconocer y aceptar su propia sombra, ese mismo fuego que ahora había quemado su piel y lo había dejado en cenizas.

Pero aun así, Roger no podía dejar de buscar ese calor, ese fuego, esa seguridad, esa felicidad.

Caminó hacia adelante, por el callejón, y luego se detuvo en seco. Vio la pequeña puerta, sabiendo que detrás de ella había un mundo desconocido para la sociedad de Londres. Dio un paso hacia adelante. El hombre que estaba parado frente a la puerta, protegiéndola, lo miró con especulación.

-¿Por qué estás aquí?- Le preguntó.

-Yo-yo m-me gustaría entrar. No pensé que tuviera que traer una identificación de algún tipo.- Roger dijo suavemente.

El hombre lo miró durante unos segundos y luego abrió la puerta. -No causes problemas.- avisó.

-Entendido, señor.- Roger asintió y luego caminó hacia el gran pasillo. Un pasillo oscuro y vacío. Aceleró sus pasos, hasta que llegó a la puerta y la abrió, sintiendo que su aliento abandonaba sus labios.

La música animada llenó el lugar, la risas y el baile superándolo. El humo de cigarro dejaba nubecillas amontonadas en el techo, y Roger se abrió paso a través de ellas, sintiendo un poco de felicidad en su corazón al ver a todos esos hombres riendo entre ellos, alegres, sonriendo. Algunos se besaban, otros se abrazaban, algunos simplemente disfrutaban de la compañía del otro.

Roger llegó a la barra. El camarero lo miró y luego sonrió. -Te recuerdo. Viniste con ese guapo rubio,¿cierto?-

-Sí señor- dijo Roger débilmente. El hombre sonrió.

-¿Te gustaría algo de beber?- Roger asintió ante la pregunta.

-L-lo que sea que sirvan aquí está bien. No estoy muy seguro- comenzó a decir, pero el hombre le entregó un cóctel. Roger le dio una pequeña sonrisa y se dió la vuelta, viendo a dos chicos sentados alrededor de una mesa pequeña, hablando entre ellos.

Parecían demasiado jóvenes, de unos 16 años.- Ah, son unos niños- Dijo el camarero, apoyado en la mesa del bar. -No permitimos que entren niños, pero éstos chicos encontraron el bar por su cuenta, nos suplicaron que los dejáramos entrar. No podía decirles que no. Creo que están enamorados, ¿no es así?- El camarero se rió entre dientes.

SOMEBODY TO LOVE [Maylor] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora