XVII

302 37 21
                                    

Roger se miró a sí mismo en el espejo, con sus ojos cristalizados, llenos de lágrimas. No eran de tristeza, más bien, eran gracias a las incontables noches de insomnio y pensamientos de mujeres revolcándose.

Su camisa blanca cayó por su hombro, su barbilla se inclinó hacia su reflejo, dejando ver su piel pálida, reluciente. Su diamante reposando en la parte inferior de su clavícula, brillando. La piedra enjoyada le trajo mucha satisfacción, una que los miserables sucesos cotidianos no podían cumplir.

Roger estaba sentado en el pequeño asiento blanco frente al tocador de Dominique que había traído de casa. La madera blanca en la parte superior le recordaba su delicada belleza, en la que no se esforzaba demasiado. Sus labios siempre de un bonito tono rosa se volvian más rosados con labial o bálsamo.

Sus mejillas se sonrojaban, contrastando maravillosamente con su cabello negro que siempre caía en rizos sobre sus hombros. Su cuerpo pequeño, oh siempre luciendo más pequeño cuando usaba sus vestidos amplios.

El rosa claro en la punta de sus dedos hacía que sus manos más pequeñas se vieran bonitas, todo su físico era bonito, todo sobre ella... era bonita, bonita, bonita.

Roger nunca estuvo enamorado de ella, siempre la había envidiado. Porque en el fondo, desearía poder ser ella. Dominique podría haber estado con Brian, el habría satisfecho todos sus deseos.

Se habrían besado y Brian habría sostenido su pequeño cuerpo entre sus brazos, y sus llamativas apariencias blancas se habrían fusionado como agua y arena.

Roger y Brian no eran como el agua y la arena. Eran agua y fuego.Cada acercamiento a Brian era explosivo, estallando cada vez en una llama más grande. Nunca podrían estar juntos afuera. Roger nunca podría ser lo que Brian realmente anhelaba, y esa era la verdad que escondía con vigor.

Si Roger fuera una mujer, todo sería mucho más sencillo.

Hace meses, unos días después de su matrimonio, Roger estaba seguro de estar enamorado de Dominique. Siempre la había encontrado hermosa, siempre había querido estar más cerca de ella, ver cómo se movía, cómo hablaba... Pero nunca estuvo enamorado, solo era deseo. Un fuerte deseo de ser como ella.

No una mujer. Pero, bonito.

-¿Roger?- Escuchó la voz de Dominique. Había regresado del trabajo. Estaba junto a la puerta. Roger volteó la cabeza hacia ella, luciendo precioso a la luz de la Luna, como una flor. -¿Estás bien?-

El chico asintió, dándole una pequeña sonrisa. -Lo estoy.-Dijo en voz baja.-¿Cómo- um- cómo estuvo el trabajo?-

-¿Has estado llorando?- Dominique preguntó en voz baja. Sonaba cariñosa, pero en realidad, estaba inquieta. Siempre lo estaba cuando veía a Roger ser tan frágil, tan... femenino.

-No. No, yo- Roger comenzó a decir, levantándose del pequeño asiento, acomodando el hombro de su camisa.-Estoy bien. -

-Esa camisa parece demasiado grande para ti- señaló Dominique, confundida. Roger sintió la fina tela de la que estaba hecha la camisa y se mordió el labio.

-E-es de Brian. Debí haberla tomado accidentalmente en Francia.- Roger dijo, tímido.

-Está bien. Iré a hacer la cena.- Dominique dijo, dándose la vuelta para salir. Roger exhaló un suspiro y luego caminó hacia su estudio para encontrar el único teléfono en su casa. Estaba a punto de llamar al número de Brian, pero vaciló.

No sabía si llamar al hombre era la mejor opción en ese momento. La última vez que se habían visto, se habían comportado tan inestables, tan desiguales, se habían quedado en un punto en el que Roger no quería estar.

SOMEBODY TO LOVE [Maylor] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora