8. Gustos similares

29 3 0
                                    

CASSIE

A pesar de que rompimos el hielo un poco el primer día, los siguientes no fueron tan fáciles.

Demasiados silencios y soledad.

Quizás estaba paranoica, pero podría jurar que Rhys a veces me evitaba para reconstruir la pared que con mucho esfuerzo he estado derrumbando.

Muchas veces lo llegué a ver en el jardín trasero desde mi ventana, sentado en un sillón de ratán con los pies descalzos y arriba de un taburete, y siempre tenía un libro en mano y cerveza en la otra. Perdido entre pensamientos que interrumpían incluso su lectura. Los atardeceres siempre eran una cosa más a que ser indiferente.

Otras veces estaba sentado en el pequeño muelle con los pies dentro del lago. Miraba su reflejo por un largo rato, pensando una vez más.

Otras echado en el sofá de la sala con guitarra en mano, solo la tanteaba, y siempre con la vista perdida en la nada. A veces tenía música tocando de fondo. Nada agresivo. Nada parecido a nuestro tipo de música.

Siempre parecía atormentado por algo.

Convivía conmigo cuando era hora de preparar algún alimento, solo entonces podía arrancarle una que otra sonrisa reprimida.

En los demás momentos, su muro era altísimo para escalar.

Cuando se encerraba en su soledad, como lo estaba haciendo en este momento, me obligaba a encerrarme en la mía. Pasaba horas en mi cuarto conversando con la nada.

Desesperada de que el tiempo siguiera avanzando, ya estaba cansándome de esa holgazanería.

Me levanté de la cama con la idea de convivir con Rhys como diera lugar.

Lo busqué por la casa hasta que lo encontré en el pórtico trasero, veía al horizonte mientras disfrutaba la brisa fresca. No lo interrumpí inmediatamente, por el contrario, lo miré atenta. Se veía tan tranquilo.

Su muro era tan solo una cerca que podía brincar fácilmente.

Fui a la cocina por dos cervezas frías para hacer mi compañía más aceptable.

—Hola —le anuncié mi llegada para no tomarlo por sorpresa.

Al voltear, me recibió con una sonrisa forzada que en el fondo parecía correrme, pero no le hice caso y le ofrecí una cerveza. Ningún hombre rechazaría tal ofrenda.

—Gracias.

—¿Puedo hacerte compañía? —le pregunté con gestos suplicantes.

—Sí —respondió quitando el libro del otro sillón.

Me senté, y suspiré con placer cuando sentí la brisa. Vi de reojo que Rhys bebió la cerveza y se acarició la barba de media tarde; ha descuidado su apariencia desde que estamos aquí. Ahí estaba esa incoherente incomodidad que me hacía más curiosa de su vida.

—¿Por qué un lago y no una alberca? —pregunté rompiendo su silencio.

—¿Qué tiene de malo mi lago?

—Bichos..., lodo..., bichos feos..., y más lodo.

Contuvo la risa.

—¿Y qué tiene de bueno una piscina? —preguntó mirándome con una sonrisa levantada de una esquina.

Me le quedé viendo, se veía guapo con ese gesto alegre, aunque no fuera completo. No entendía por qué no sonreía más seguido.

—No hay bichos. Limpieza..., mucha limpieza.

RhysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora