Preludio.

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El camino hasta la mansión fue extremadamente largo para Aiacos, quien caminaba lentamente del brazo de su propio hermano, quien trataba de ser un alfa educado, de una forma enferma, porque sentía de vez en cuando como acariciaba su espalda, a la altura de los omóplatos.

-Espero que los cambios realizados en la mansión sean de tu agrado.

Aiacos necesitaba que le dijera que había hecho con su habitación, esperaba que debido a su locura le dejará intacta, asi podría usar uno de sus venenos, para poder matarlo en el momento indicado.

-¿Mi habitación aún existe?

Preguntó con inocencia, esperando que Kagaho creyera cada una de sus palabras, quien asintió con delicadeza, besando su cabeza con ternura, como si fuera un niño pequeño, como hacía cuando eran apenas unos chiquillos, pero esta ocasión tenía un significado completamente distinto.

-Por supuesto, haré que te preparen un baño y un cambio de ropa en lo que está lista la cena, Aiacos, no pensé que tuviera tanta suerte como para dar contigo, en vez de esa zorra malagradecida, ese omega inútil.

Aiacos supuso que debería sonreír, pero no lo hizo, no le gustaba la forma en la que trataba a ese omega, como si fuera algo sucio, un insecto rastrero, una alimaña, algo desagradable que le orilló a poseerlo.

-Yo puedo elegir mi propia ropa.

No supo porque se sentía en la necesidad de decirle aquellas palabras, sin embargo, también se dio cuenta que lo ignoraban, no le importaba en lo absoluto lo que tenía que decir o cuáles eran sus deseos.

-Por favor, guíen a mi hermano a sus habitaciones, preparen el baño y algunas prendas tan hermosas como él.

Tres sirvientes hicieron aquello que les era ordenado sin prestarle demasiada atención, llevándolo a su habitación, la que estaba acomodada justo como lo recordaba, ni siquiera habían tocado los frascos de falso perfume, lo que le daba esperanzas de poder asesinar a su hermano antes de que quisiera obligarle a compartir su lecho.

Los sirvientes eran especialmente silenciosos, todos ellos encapuchados con mascaras indescriptibles, tan desagradable como aquella situación le parecía, quienes prepararon el baño, junto con un atuendo de color negro, con algunas cuantas joyas incrustadas, una pieza que le hacia pensar en un ajuar de novia, en una boda satánica.

Eso hizo que riera unos segundos, encontrando ridículos sus pensamientos, si existía el diablo, él y dios estaban de un lado de la moneda imaginable y la otra cosa, lo que fuera que significaba esa máscara que portaban sus ayudantes, estaría en el otro lado.

El había leído casi todos los libros del estudio privado de los antiguos señores Bennu y no comprendía que eran esas máscaras, que era lo que estaba sucediendo en ese sitio, pero si entendía cuáles eran las intenciones de Kagaho al llevarlo a su mansión, al bañarlo con esas hierbas que había en el agua, al dejarle ese ajuar en el maniquí andrógino.

-¿Me voy a casar?

Le pregunto a los sirvientes, pero no le respondieron, sólo estaban allí para realizar las tareas que les eran encomendadas, no para responder sus preguntas y aunque pudieran hacerlo, Aiacos no comprendería aquel retorcido idioma con el cual sus preguntas serian respondidas.

-Algún día tendría que suceder, hermano, y qué mejor, que hacerlo con alguien que te ama.

Aiacos no se movió, estaba sumergido en la tina hasta los hombros, tampoco se molestó en observar a su hermano quien se detuvo a su lado, hincándose, para con un cuenco dejar caer agua caliente sobre su cabeza, relamiendo sus labios, aunque esa no era la primera vez que le veía desnudo desde que su celo se presentara, porque había un cuadro especial en una de las paredes por donde podía vigilar al menor, asegurarse de que estuviera a salvo.

Lágrimas de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora