Dolor

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Albafica había perdido a su omega durante el parto, el era su vida, su todo, era quien le habia dado libertad, a el, a uno de los hijos bastardos de un demente obsesionado con la belleza.

Minos era su nombre, decían que su madre había nacido en alguna parte de europa, otros decían que nació en Bluegard, en la ciudad cuya terrible reputación era temida por todos los mares.

Decían que sus ojos rapaces eran la marca de la bestia, señal inequívoca que su omega era una pesadilla, uno de los hijos de la noche, de la oscuridad y de las sombras, su frialdad, su sadismo era otra prueba de ello, segun decian, nadie, ni siquiera su mayordomo pudo evitar que actuara como un demente, realizando hechizos oscuros e inombrables en la oscuridad de su mansion.

Llamando criaturas oscuras, entes de la misma locura que lo engendró, que le daba su poder, segun decian, aunque eso no pudo salvarlo de morir durante el parto, pero si lo salvo a él, cuando visitó la posada donde él atendía a los comensales, con demasiada molestia, porque poco parecía importarles que fuera un alfa, cada dia, alguno de los comensales intentaba seducirlo, ofreciendole un lugar a donde ir, otros para llevarlo a un burdel y creía que la única razón por la cual no lo habían vendido era porque su padre estaba obsesionado de la belleza.

Minos llegó en la noche, como las pesadillas o los sueños, vistiendo ropa negra, demasiado sencilla para ser el demonio que vivía en la mansión en la colina, quien observaba a los comensales en silencio, como si tratara de comprenderlos, a su lado se encontraba otro soldado, su mayordomo, vistiendo una armadura sencilla, armado, protegiendo a su señor, que lograba que sus pares le tuvieran miedo apenas le observaran.

Uno a uno fueron abandonando su posada, algunos subiendo las escaleras para ir a sus cuartos, otros para regresar a sus propias casas, dejandolo solo en compañia del demente de cabello blanco, del demonio de ojos grises, que no habia tocado un solo bocado, ni bebido una sola gota de vino.

Su padre, aunque dudaba que en realidad lo fuera, se acercó a él tratando de tocar su cuerpo, pero como cada noche, desde hacía una semana, le dio un codazo, recibiendo un puñetazo en el rostro, al mismo tiempo que sostenían su cabello, acercandolo a la despreciable criatura que lo había criado como un mozo, un esclavo, quien cada dia que pasaba admiraba un poco más su belleza.

-Eres tan malagradecido como tu omega, Albafica, y eso que he gastado demasiado dinero al criarte.

Minos, en la mesa que ocupaba le hizo una señal a su mayordomo, un hombre hermoso, de cabello claro, delgado, de ojos morados y una expresión que hablaba de su desprecio, su desagrado por encontrarse en ese sitio.

-Lárgate demonio, aquí no eres bienvenido.

Inmediatamente el soldado que acompañaba al omega que temían en esas tierras, en esa zona, respondió golpeándolo con el pomo de su espada, derribandolo, al suelo, para después patearlo varias veces, escuchando los quejidos del tabernero.

-No te atrevas a dirigirle la palabra a Minos, ni siquiera eres digno de pronunciar su nombre.

Albafica por un momento se preguntó si debía defender al tendero o dejarlo en el suelo, malherido, notando la forma en que Minos le veía fijamente, para después, levantarse de su asiento y comenzar a alejarse sin decir nada.

-Minos desea comprar a este hermoso joven, será mejor que lo entregues, o será tu vida aquello que le darás.

El tabernero limpio sus labios con el dorso de su mano, apretando los dientes, esperando que Albafica permaneciera a su lado, sin embargo, el se quito su mandil, para seguir a Minos, cualquier destino era mejor que permanecer en ese sucio infierno, escuchando como un saco de monedas caía en el suelo, con un golpe metálico.

Lágrimas de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora