Identidad

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Amazing! I don't understand how you...

Venezuela soltó una risita. Se divertía viendo a Estados Unidos en su confusión —cuando tienes mucho tiempo trabajando para alguien, es normal que aprendas qué le molesta, qué le gusta, qué le asusta y lo usas a tu conveniencia— sentenció dejando atónito a Jones, quien consideraba que tal actitud era una falta moral. Él obedecía sin protestar lo que su jefe del momento le mandara, pues el pueblo lo elegía mediante un sufragio libre, universal y secreto y si no cumplía las promesas, entonces, se llamaba a una nueva votación ¿Qué necesidad había de engañarle?

B-but, what did you say to him? —preguntó desconcertado e impaciente por que su cabeza lograra comprender el comportamiento de su amigo.

Let's see... Oh right! Jefe ¡No puedo ir a trabajar! ¿Por qué? ¡Porque estoy enfermo! ¡Sí! ¡Muy enfermo! Es una dolencia muy rara. No quiero contagiársela. Con esto no estoy diciendo que usted es débil ¡No! ¡Usted es muy arrecho* para estas cosas! Pero imagínese que se lo pego a alguien de su entorno ¡Y claro, ellos no son tan fuertes como usted! Y de tanto tiempo que pasan juntos, al final sucede y tiene que guardar reposo. ¿Qué? Sí, tumba mucho. Entonces usted privará al pueblo de su presencia ¡Ellos no se merecen eso! Ah, pues será como... unos meses, todavía no está claro. Ya sabe, eso lo dicta el doctor ¡Pero no se preocupe! ¡Seguiré trabajando desde mi casa! ¡Recibiré a las naciones aquí! ¡Todo sea por mantener el sueño! —su sobreactuación llegó a su fin cuando por sus mejillas una sonrisa surcó y dio paso a una carcajada estridente. Al darse cuenta que su amigo seguía sin entenderlo agregó—. Es un hombre egocéntrico y ególatra que no puede vivir sin aparecer en los medios diariamente.

—Pero porque tienes que engañarlo? ¿Por qué no le dices la verdad? —Alfred puso los brazos en jarra.

—Mira, el pueblo no es tonto pero, a veces, es engañado, por personas que buscan su enriquecimiento y una página en la historia en detrimento del bien común nacional. En tales circunstancias, uno debe actuar según su propia conveniencia —habló severo como el padre que otorga una lección fundamental a un hijo—.

—¿Estás sugiriendo que te desagrada tu jefe?

Venezuela suspiró largo, tendido y cansado; era la respuesta a la pregunta que tanto se había formulado, tantas veces, en tantos periodos.

—Yo... no... sí... bueno... — titubeó al darse cuenta que, la verdad, no tenía las cosas tan claras como antes—. Esas consideraciones no me incumben. Nosotros solo representamos una entidad colectiva.

—¡Pero eso se significa que anulas tu «yo»! Es verdad que representamos algo tan etéreo como complicado. Sin embargo, también formamos parte de esa «masa». Aunque no envejezcamos a igual velocidad que las personas, tenemos una parte humana y es ella la que nos otorga nombres propios —elevó la voz, cada palabra que el moreno había exhalado lo enfermaba cada vez más hasta llevarlo un lugar cerca de la frontera de lo irracional. No podía evitarlo, la individualidad, para él, era sagrada. Los diferentes pensamientos, las mentes excéntricas, en contra de la moral establecida, los puntos de vista disimiles habían ayudado al mundo a avanzar o retroceder. De cualquier manera, la unicidad permitía que el mundo siguiera avanzando.

—No obstante, sólo somos meros observadores —al extraer a Alfred de su rabia silenciosa y transportarlo a la expectación, continuó— ¿Acaso podemos votar? No. ¿Optar a cargos públicos? No. La dirección de una nación no la decidimos nosotros, sino quienes están al mando, como un soldado que espera órdenes.¡Oh! Esa debe ser Panamá. Vino a discutir un asunto —su tono lúgubre cambió, su rostro se iluminó y sus ojos verde azulados brillaron con el sonido del timbre—. ¿Qué? —exclamó un tanto molesto al divisar por el espejo como las comisuras de los labios del norteamericano temblaban al reprimir la risa.

Cosa de dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora