Como estamos cerca de Navidad, quería traer un capítulo alegre, pero el hilo argumental no me lo permite. Lo siento... :(
...
Era un día soleado, uno inusualmente brillante en la otoñal Inglaterra. De esos que la ausencia de nubes alegra a los británicos hasta la propia euforia y no dudan de disfrutarlo al aire libre.
En un jardín trasero decorado al estilo inglés con sus verdes paredes, su chirriante uniformidad y sus flores delicadas y elegantes; en el centro, sentado en un mesa victoriana, se hallaba Arthur Kirkland saboreando su té y la compañía que le prodigaba cierto gringo que anteriormente había sido su colonia.
Lo había vislumbrado desde lejos triturando su timbre cuando volvía de una visita institucional, y aunque al británico no le gustaba que lo visitaran sin previo aviso, aceptó gratamente el argumento del otro acerca que hacía mucho tiempo que no se veían.
Kikland sorbió de nuevo su brebaje y observó al norteamericano. En el exterior, Alfred seguía siendo el mismo. Sin embargo, la representación isleña podía asegurar que algo en el muchacho había cambiado, ya que su postura corporal y sus modales frente a su antigua metrópolis habían mejorado, ahora le permitía acabar las frases antes de intervenir. Mas, lo que resultaba de especial interés para Arthur era lo que su presencia le hacía sentir a Jones, y eso, el gringo lo transmitía por todos sus poros: se hallaba enternecido.
Inglaterra sintió una alegría indescriptible al reflexionar acerca del tema mientras tomaba lo que restaba de su té; dirigió sus pupilas al rostro sonriente de Alfred, el cual se enmarcaba con los colores de la tarde, notó el vaivén de su corazón y como sus mejillas su encendían y le devolvió la mueca.
Ese era el momento. Lo sabía.
La sonrisa se le desvanecido del rostro, sus manos empezaron a temblar a la vez que una rabia crecía en su interior por no poder dominarse, vio de nuevo al frente y se percató por primera vez hacía rato que el silencio se había asentado en la mesa, su cobardía escaló por su cuerpo y se maldijo, porque sabía que resultaría imposible controlar el impulso de escabullirse de la situación como en tantas ocasiones había ocurrido.
—A-Alfred ne-necesito comentarte algo —abrió completamente los ojos. No solo había sido capaz de mantenerse sentado y hablar, sino que su voz incluso se había oído normal. Él mismo no se lo creía y por eso se sintió más fuerte y osado que nunca. Su miedo desapareció por completo. Por fin era dueño de sí.
—¿En serio? Qué casualidad. Yo también tengo algo que decirte.
—Comienza tú. —Con un gesto manual afirmó su mensaje, luego, cruzó sus brazos a la altura de su pecho, echó su cabeza hacia atrás y adornó su cara con una sonrisa llena de seguridad.
Jones parpadeó en varias ocasiones confuso y sorprendido ante el espectáculo. Tosió y giró el rostro apenado hacia un lado—Bueno la verdad es que esto es algo difícil de decir...
—Oh, que adorable —pensó arrobado Gran Bretaña ante la visión delante de sus ojos: la luz dorada vestía a un gringo con el cuerpo visiblemente rígido, los brazos y las piernas en jarra, la vista dirigida a la grama, levemente sonrojado y con un tono de voz bajo y cargado de espacios...
Kirkland decidió dejarlo terminar simplemente por cortesía y porque aunque sus deseos fueran otros, ese acto resultaba bastante improbable que lo volviera a atestiguar en un futuro a mediano plazo.
—Uno de los motivos relevantes que me empujaron a visitarte, además de saber cómo estabas, es que tengo quería decirte que...
—Qué... —mencionó para sus adentros cada vez más excitado e impaciente.
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Cosa de dos
FanfictionDe buenos amigos a enemigos declarados. Estados Unidos y Venezuela tienen una de las peores relaciones existentes. Pero, ¿cuántó de esto es cierto? Sobre todo cuando la vida del país caribeño pende de un hilo.