INTRODUCCIÓN AL CAPÍTULO I

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Al pie de la montaña, hay una criatura. No es una deidad, demonio, ni un ser corpóreo. Ellos están envueltos en un humo oscuro que los convierte en una sombra abisal bajo la luz de la luna.


En su palma arde un fuego azul.


El cielo nocturno ha florecido hace tiempo. Las estrellas están esparcidas por el horizonte. La luna no se ve por ninguna parte. Está perdida en la oscuridad tan negra como la tinta.


Dos estrellas en particular se han alineado, su luz es grande y constante, a diferencia de las demás.


Es raro que ambas sean tan visibles y —sin embargo durante este corto periodo de tiempo, han salpicado el cielo con una permanencia mayor a la que se mantuvieron en el firmamento la última vez que hicieron  su aparición, hace ya un milenio.


La criatura mira las estrellas mientras una gota de añoranza los llena.


¿Cómo sería? Estar tan entrelazados; tener un amor tan precioso que hasta los extraños que lo contemplan sienten su fortuna.


¿Cómo sería existir junto a un amante en lugar de ser la luna anhelando el sol, compartiendo raramente con dicho astro el cielo? ¿Cómo sería sentarse cual joya en la noche, en lugar de ser una bestia en las sombras?


La llama se hace cada vez más brillante dentro de su palma, y esas tiernas emociones se avivan con el calor. La luz azul parpadeante se vuelve casi blanca mientras la sensación de pérdida da paso a un sentimiento de ira que los llena ardientemente desde dentro, como una estufa que ha sido sobrealimentada.


La ira no es, por sí misma, una vela encendida sino pólvora negra que se incinera rápidamente, engullendo y sobreponiendo un tipo de hambre sobre otro.


Utilizando esa ira, la criatura comienza a separar las dos estrellas.

NOCHES DE ANHELODonde viven las historias. Descúbrelo ahora