CAPÍTULO IV

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Shen Qingqiu sabe que el tiempo intermedio fluye de forma diferente en este mundo. 


Era capaz de cultivar durante meses inclusive años en un abrir y cerrar de ojos y, —aun así— algunos de sus días tendían a ser lánguidos e interminables.


Sus momentos con Luo Binghe —afortunadamente— habían sido largos y prolongados, permitiéndole saborear cada temporada que pasaban juntos.


Durante todo el tiempo transcurrido —tan largo como hubiese sido el hundimiento de su consciencia mientras abrazaba el estado comatoso en el que había caído tras la batalla— permaneció inconsciente. 


Sin embargo podía sentir cómo su cuerpo —lentamente y presa de un dolor intenso— se reconstruía.


No obstante, una vez que ese tormento disminuyó hizo que el tiempo se plegara para él como una pequeña y ordenada cuerda por la que descendió directamente.


Estaba deseando despertarse y —con suerte— volver a ver la cara de su marido.


No sabía si la maldición se había roto.


Más valía que así fuera porque ser atravesado por una espada dolía infernalmente. 


También era por ello que le gustaría no tener que volver a repetir esa experiencia. Quería evitarla todo cuanto pudiera; si es que era posible.




La primera vez que Shen Qingqiu volvió en sí todavía estaba aturdido. 


A través de sus ojos borrosos vio la cara de Luo Binghe reflejando en su totalidad una expresión indescriptible. Pero se le ocurrió parpadear largamente y —cuando volvió a abrir los ojos— se encontró rodeado por un grupo diferente de personas —quienes llevaban el mismo uniforme—. 


Una cara especialmente conocida lo observaba.


No podía ver a su discípulo por ninguna parte y se preguntó brevemente si había imaginado su rostro.


Para su sorpresa no estaba en el Palacio subterráneo de Luo Binghe ni en el Reino Demoníaco. 


Reconoció las suaves paredes amarillas y el dosel de su cama en el Pico Qing Jing. También llevaba ropas blancas sueltas para dormir y tenía la túnica parcialmente desabrochada además de algo pegajoso extendido por el pecho.


—Despertaste— dijo el rostro familiar. Shen Qingqiu parpadeó enfocando sus ojos hacia Mu Qingfang—Por fin.


—¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?— preguntó tocando con cautela la piel desnuda de su torso. 


Sorprendentemente no había ningún vendaje pero tenía una cicatriz —terrible y aparatosa— sobre su pecho.

NOCHES DE ANHELODonde viven las historias. Descúbrelo ahora