El amanecer era un espectáculo. El cielo teñido de tonos anaranjados y rosados se reflejaba en el río Willamette. Milán se levantó temprano, como de costumbre, dejando que la luz del sol se filtrara por el ventanal de su departamento. Su rutina matutina era casi ritual: un café con leche, ejercicios de estiramiento y una breve meditación. Tomó su chaqueta de cuero desgastada, esa que había sido testigo de innumerables aventuras. Ajustó su cinturón, jeans y su arma.
Al llegar al nido, pasó su tarjeta de identificación por el lector de seguridad y entró en el bullicio constante de la oficina. Los agentes y analistas se movían rápidamente, atendiendo llamadas, revisando archivos y coordinando operativos. Su primer destino fue la sala de reuniones, donde el equipo se reuniría para el informe diario. Al entrar, vio a Emma, su jefa, revisando datos en su computadora mientras Xander hojeaba un expediente.
—La redada será a mediodía —dijo Emma, cerrando su computadora.
Emma parecía ser fría, pero en realidad era la persona más cálida que Milán conocía. Su forma de ser era extremadamente familiar, evocando recuerdos de sus padres y amigos. A veces, la melancolía lo envolvía, transportándolo a un pasado que se resistía a morir. Los recuerdos de la camaradería, las risas compartidas y la complicidad surgían en su mente con una nitidez casi dolorosa.
Unas pocas horas después, los tres salieron del edificio del FBI para realizar una última supervisión. Se dirigieron al almacén en la zona industrial de la ciudad.
—Todo el mundo en posición —murmuró por el intercomunicador mientras se agachaba detrás de un vehículo, observando a través de los binoculares.
El equipo táctico se movía en sincronía. Milán, con los sentidos alerta, se lanzó detrás de la cobertura, mientras las balas cruzaban el aire. En medio del estruendo, solo un pensamiento lo mantenía en pie: sobrevivir para regresar a casa.
—¡Al suelo! —gritó Emma. Tomó a Milán por la chaqueta y lo jalo al suelo.
—Tienes suerte de que estemos aquí —dijo Xander, colocándose a su lado—. Estoy seguro de que si no fuese por nosotros, habrías muerto hace mucho tiempo.
A pesar de sus diferencias, Milán consideraba a su equipo como una verdadera familia y confiaba en que siempre estarían allí para él. Aunque había perdido a otros amigos en el pasado, su grupo actual era sólido y unido.
—Lo sé —comentó Milán—. Es una suerte tenerlos conmigo.
De regreso a su departamento, se permitió un momento de descanso. Abrió una cerveza y se dejó caer en el viejo sofá, sus pensamientos dirigidos a sus padres. Ambos están orgullosos de él, pero ahora entendía su miedo. Milán venía de una familia de oficiales; sus padres y los padres de ellos habían sido policías y ahora él era un agente. Era el mismo sentimiento que tenía cuando era joven, ese temor de que un día le avisaran que alguno de sus padres había muerto.
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Ciclos Eternos
FantasyEn un mundo donde la verdad es esquiva y lo inesperado se convierte en cotidiano, humanos y seres extraños coexisten en un delicado caos. Milán, atrapado en la monotonía de su rutina diaria, siente un vacío que nunca ha podido llenar. Por otro lado...