Capítulo 10

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El mes había transcurrido con lentitud y al llegar la última semana de noviembre, Isaac se preparaba mentalmente para lo que anticipaba sería una jornada larga y tediosa

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El mes había transcurrido con lentitud y al llegar la última semana de noviembre, Isaac se preparaba mentalmente para lo que anticipaba sería una jornada larga y tediosa. Recostado en la cama, fijó la mirada en el techo y comenzó a reflexionar sobre las semanas pasadas. Se sentía agotado; aunque estaba agradecido con Emma por el trabajo, la monotonía de la inactividad lo frustraba. Había explorado el edificio en múltiples ocasiones, pero no había vuelto a ver a Wólfram.

El lunes por la mañana, ambos se levantaron temprano. Isaac cerró los ojos durante el trayecto y no los abrió hasta que llegaron. A lo lejos, en el estacionamiento, divisó a Wólfram impecablemente vestido con un traje gris grafito y una camisa azul cobalto.

—¿Conoces a ese hombre? —preguntó Isaac, señalando al sujeto a lo lejos—. Me ayudó durante la prueba de disparo.

—No, no lo conozco —respondió Milán—. Somos muchos agentes y no siempre trabajamos juntos; solo en situaciones específicas. Deberías saludarlo, así podrías hacer conexiones.

Isaac se encogió de hombros y negó con la cabeza, así que ambos caminaron hacia el elevador. Antes de llegar a su oficina, una mujer los interceptó y pidió a Isaac que la acompañara. Era una agente de aspecto sereno, de unos cuarenta años. Entraron en una pequeña habitación sin ventilación, con paredes altas, y al fondo había una puerta de cristal que se abrió mediante un sensor biométrico. Un sonido ensordecedor perforó los oídos de Isaac al cruzar la puerta, aunque la mujer no parecía inmutarse.

Isaac se sentó, todavía algo aturdido, y se movió incómodo en la silla hasta encontrar una posición más cómoda. Por un momento, agradeció a su padre por haberlo educado para resistir la presión. La mujer lo escudriñó con la mirada una y otra vez, como si quisiera encontrar algo o ver dentro de él. La entrega de su arma e identificación tardo más que solo un par de días, fueron semanas.

—Esto es para ti —dijo ella, colocando un arma, su funda y varios cargadores sobre la mesa, junto con una credencial.

—Esta identificación...

—Eres solo un asesor, por eso es diferente. Aunque tiene el mismo valor que las demás —interrumpió la mujer—. No cualquiera puede prestar sus servicios para nosotros. Debes llevarla siempre contigo y no la uses para impresionar a nadie; ya tenemos suficientes agentes haciéndolo. Ahora regresa a tu unidad.

Isaac se marchó con la cabeza gacha. Solo imaginar que debía regresar a la tediosa rutina diaria lo volvía loco. Había aceptado ese trabajo para pasar tiempo con su novio, pero se sentaba solo en un rincón todo el maldito día. Sonrió al imaginar que su padre estaría orgulloso de verlo trabajar en un lugar como ese y de todo lo que había logrado: salir de su ciudad y viajar por el mundo. Había sido malo con él, hasta el punto de romper su cuerpo y casi su alma ¿y qué? Después de todo, era su padre. ¿Qué padre no estaría orgulloso de los logros de su hijo?

—Lo lograste —dijo una voz familiar no muy lejos de él.

Giró la cabeza rápidamente, tratando de ubicarle. Caminó por el largo pasillo, llegando casi hasta la oficina de su unidad, pensando que tal vez el lugar o su imaginación le jugaban una mala pasada.

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