Capítulo 2

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Las oficinas del FBI emanaban una imponente modernidad

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Las oficinas del FBI emanaban una imponente modernidad. Enormes ventanales de cristal blindado y pisos de mármol blanco distinguían cada piso, hogar de una unidad especializada diferente. Ser agente federal no era solo un trabajo; se convertía en un estilo de vida, una hermandad donde cada miembro se sentía parte de un todo.

Para Milán, ese edificio y las personas que trabajaban con él se habían convertido en su refugio. Sus amigos le brindaban la sensación de hogar que tanto anhelaba. En ellos encontró su nueva familia, su nueva vida, a la que se comprometía sin distracciones estúpidas. Su pasado y sus problemas quedaban relegados al otro lado de las paredes.

La cena con Isaac había dejado a Milán con la mente revuelta. Sus palabras y la forma en que se refería a él eran diferentes. Se sentía confundido y extraño, como si Isaac hubiese abierto la puerta a algo que ambos querían desde hace tiempo. A pesar de dejar atrás ese otro mundo, Milán no podía evitar el deseo de ayudar a Isaac y a sus amigos si lo necesitaran.

Milán se resistía a compartir con sus compañeros la existencia del mundo sobrenatural; temía sus reacciones y la incredulidad que podrían manifestar. Conocía bien el miedo humano hacia lo desconocido, pues él mismo lo había experimentado frente a los colmillos y el poder de sus amigos. Si alguna vez pretendía desvelar la verdad, sabía que debía encontrar una forma de prepararlos primero.

Los días transcurrían con normalidad en la oficina. Milán cumplía con su trabajo, y sus compañeros se afanaban en sus escritorios revisando información de los casos en curso. Hasta que la llegada de su jefa, visiblemente contrariada, rompió la monotonía.

—Tomen sus cosas —Emma arrojó un expediente sobre un escritorio—. Tenemos trabajo que hacer.

La Agente Emma Díaz emanaba malhumor, y nadie quería estar frente a ella cuando estaba contrariada. Pero Milán necesitaba una dosis de adrenalina. Un presentimiento inexplicable lo envolvía, un cosquilleo en su instinto que le decía que este caso sería diferente.

—Vámonos —Emma se adelantó—. Quiero regresar temprano a casa.

—¿Te dijeron algo que a nosotros no? —intervino Milán sin ser capaz de sostener la mirada a su jefa—. ¿Ya sabes algo de lo que yo pueda hacerme cargo?

—Nada —respondió—. Solo no me dejaron entregar este estúpido caso; quieren que lo resolvamos de alguna forma.

—Vamos a entrevistar personas —añadió Xander con desánimo—. Una pérdida de tiempo, si me lo preguntan. ¡Milán! Espero que hoy seas de ayuda y pienses en tu novio después.

Xander no era distinto a un amigo de secundaria. Siempre se mostraba sonriente y su rostro siempre se tornaba rojo como su cabello. Eso era parte de su encanto personal.

—No es mi novio —refutó Milán antes de empujarlo un poco—. Es mi amigo, algo así como tú, solo que sin ser un dolor en mis bolas.

Las bromas entre Xander y Milán se prolongaron durante el trayecto. Ya en el lugar, solo visitaron las mismas casas que los días anteriores, hablaron con testigos, pero algo había pasado. Todos decían cosas sin sentido; algunos ni siquiera recordaban lo que había pasado.

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