Capítulo 8

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Los recuerdos de Milán se proyectaban como una cinta cinematográfica: su infancia junto a sus padres, la alegría de la adolescencia, la adultez y luego la oscuridad

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Los recuerdos de Milán se proyectaban como una cinta cinematográfica: su infancia junto a sus padres, la alegría de la adolescencia, la adultez y luego la oscuridad.

—¿Qué lugar es este? —preguntó Milán, escuchando el sonido de su voz temblorosa.

—Das Vakuun —respondió Verena—. Una prisión atemporal para un ser de inmenso poder. Hay algo en ti que es diferente

—¿Algo diferente? —replicó Milán, sabía que era cierto—. Pero tú fuiste quien realizó esos movimientos extraños.

—Yo sola no podría abrir el velo. Estás conectado a esto de alguna forma, no logro entenderlo, tal vez es tu relación con los hombres lobo. Deberías alejarte de ellos; prefieren sucumbir a sus instintos. Son una maldición y destruyen todo lo que tocan. Equilibrio me trajo a Isaac, pero te permitió venir con él por alguna razón.

—Él no es como los demás —aclaró Milán—. Él nunca dañaría a nadie.

Las imágenes regresaron. Los recuerdos se proyectaron, momentos que no recordaba, que intentaba olvidar. La noche en que mató a ese hombre lobo. Milán, junto a Adam y Gabriel, cuando todavía eran amigos. El día en que vio a Isaac por primera vez. Y luego esa maldita noche en la que todo cambió. Milán vio a Isaac y Gabriel transformarse ante sus ojos y un nuevo mundo se reveló ante él. El miedo que sintió en cada célula de su cuerpo, cuando Isaac se fue sobre él. Ver la violencia en los ojos de una persona en la solía ver tristeza y esperanza. La cabeza parecía que le iba a estallar.

—Sal de aquí —murmuraron voces en su cabeza—. No puedes quedarte más tiempo.

Milán se lamentó. El dolor era demasiado.

—¿Qué te sucede?

—No lo sé, maldita sea —respondió exasperado—. Pero tenemos que salir de aquí.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo y el miedo lo invadió. Sus tatuajes brillaron y algo se materializó entre sus dedos: un velo, una barrera. Intentó rasgarla con todas sus fuerzas, sin éxito.

—Ayúdame —le imploró a Verena.

Sin dudarlo, ella ejecutó una serie de ágiles movimientos, materializando una tela ahora visible. Verena conocía el lugar; al final, participó en su creación. Sus ojos se tornaron de un púrpura intenso y salvaje, mientras sus manos no cesaban de moverse.

—Ahora tú —le dijo—. Intenta de nuevo, pero con toda tu fuerza.

Destellos de intensa luz brotaron de los tatuajes de Milán. El velo comenzó a ceder, rasgándose y creando una fisura cada vez más grande que les permitía ver la realidad. Verena lo empujó hacia el otro lado, siguiéndolo de cerca. Sus manos se detuvieron.

Aturdidos, vieron una figura imponente vislumbrarse a través de la grieta. Emanaba un aura de puro poder que infundía miedo. Sus cuerpos reaccionaron instintivamente ante su presencia, retrocediendo unos centímetros.

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