Un escalofrío recorrió la espalda de Isaac mientras apretaba el teléfono en su mano. No existía tal amiga alfa, pero sí era real que una manada tenía problemas. Dos cuerpos sin vida yacían en la reserva, y él debía llegar lo antes posible. La incertidumbre y el agobio lo abrumaban. Al llegar, la escena lo dejó atónito. Eran dos hombres los que estaban inertes, con sus armas tiradas junto a los cadáveres.
—¿Pero qué...? —preguntó Isaac, con la voz apenas un susurro—. ¿Están seguros de que eran cazadores?
Perth asintió, sus ojos dorados brillando con una intensidad feroz.
—Nos estuvieron siguiendo durante días —respondió con voz áspera—. Nos acorralaron y estuvieron a punto de dispararnos. Solo que... fuimos más rápidas.
Tay y Maxim, las otras dos lobas de la manada, observaban a Isaac en silencio. Desde su llegada, no habían mostrado ni un ápice de afecto hacia él, tratándolo con una mezcla de recelo y hostilidad. Sin embargo, él se sentía inexplicablemente atraído por la relación que tenían entre ellas. La ferocidad salvaje que emanaban las tres, la forma en que se protegían, y protegían a los demás miembros de la manada, era algo que él nunca había experimentado.
Isaac era un lobo solitario, un paria sin manada propia. Su aroma peculiar lo diferenciaba del resto, una constante fuente de vulnerabilidad. Nunca antes había conocido a un alfa que compartiera el liderazgo con otros lobos, como lo hacía Tay con Perth y Maxim. Observaba fascinado la unidad perfecta forjada por la sangre y la confianza.
La tarea de deshacerse de los cuerpos era urgente. Isaac se sorprendió al notar la ausencia de marcas de lucha en los cadáveres. Los cazadores habían sido abatidos por sus propias armas, una ejecución limpia. Un manto de alivio lo cubrió; en esta zona no había lobos, entonces no podrían culpar a animales; las autoridades no tardarían en llegar, poniendo en peligro la supervivencia de la manada.
—Esto no puede volver a suceder —dijo Isaac—. Tenemos dos cazadores muertos y no sabemos si estaban solos. Tay, como la líder, tu deber es proteger a todos. Está bien luchar para defender a quienes les importan, pero no pretendan ser heroínas. No podemos, no pueden salvar a todos. —Se llevó las manos al cabello y dio vueltas, desesperado—. Huir no es de cobardes, ni muestra debilidad. Humanos y lobos somos iguales; quitar una vida es difícil para ambos. Pero nosotros, al hacerlo, parte de nuestra humanidad muere con ellos. Nuestros instintos se desbordan y podemos convertirnos en verdaderos monstruos.
—No puedes venir a mi casa y decirme cómo manejar a mi familia —advirtió Tay, golpeándole el pecho—. Ellos son mi responsabilidad, y mi trabajo es protegerlos, no importa si tengo que matar para lograrlo.
—No siempre se tiene opción —gruñó Perth, pateando las armas del suelo—. Ellos nos cazan y nos matan como animales. No les importa si somos niños, ancianos, hombres o mujeres.
—Ningún cazador es inocente —escupió Maxim, apretando sus puños hasta lastimarse—. Nos matan porque no soportan que seamos diferentes. Hubieran disfrutado vernos rogar por nuestras vidas. Hicimos lo que teníamos que hacer y no me sentiré mal por eso.
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Ciclos Eternos
FantasyEn un mundo donde la verdad es esquiva y lo inesperado se convierte en cotidiano, humanos y seres extraños coexisten en un delicado caos. Milán, atrapado en la monotonía de su rutina diaria, siente un vacío que nunca ha podido llenar. Por otro lado...