Capítulo 5

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Milán aceleró, dejando atrás el recuerdo del cálido abrazo y la sonrisa de Isaac

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Milán aceleró, dejando atrás el recuerdo del cálido abrazo y la sonrisa de Isaac. La autopista se extendía ante él como una cinta gris, mientras el cielo se oscurecía de repente y las gruesas gotas golpeaban el parabrisas con furia, obligándolo a detenerse y buscar refugio a un lado de la carretera.

Una extraña sensación le recorrió el cuerpo, una corriente eléctrica familiar que lo inquietaba. Impulsado por una fuerza inexplicable, abrió la puerta y salió a la tormenta. Las fuertes ráfagas de agua y viento golpeaban su rostro, azotaban su cuerpo impidiéndole avanzar. La lluvia no era normal; parecía estar compuesta de algo más. El aire estaba cargado de una vibra cálida, casi familiar. Cayó de rodillas al suelo, jadeando por aire caliente que entraba a sus pulmones y con los ojos abiertos por la sorpresa, vio cómo el viento y el agua se abrían, creando un camino.

Frente a él estaba la figura de una mujer, la misma mujer que había entrevistado hace un par de días.

—Nos volvemos a encontrar —dijo ella con una voz serena— aunque la reverencia no es necesaria. En el futuro podríamos vernos como iguales, como familia.

—¿Quién eres? —preguntó Milán, todavía de rodillas, luchando por recuperar el aliento—. ¿Qué quieres de mí?

—Puedes llamarme Deseo —respondió ella tocando el hombro Milán, y una marca brillosa atravesó su ropa—. ¿Qué quiero? Nada de esta versión tuya. Solo estoy intentando conocerte mejor. Te di un regalo, una pequeña parte de mi poder sin restricciones. Aprende rápido, descifra cómo funciona, y si en algún momento estás listo, podrías hacer lo mismo que yo. Imagina lo que sería controlar todo lo que deseas solo con pensarlo.

Aquellas palabras sumergieron a Milán en un mar de incertidumbre. El sudor frío le empapaba la ropa mientras despertaba abruptamente. Desorientado, en medio de la nada y a borde de carretera, solo recordaba a la mujer. Su teléfono, con más de veinte llamadas perdidas y mensajes, solo confirmaba su inquietud.

No disponía de tiempo para inventar alguna excusa, llegaba tarde al trabajo. Sus compañeros eran tan buenos como él para detectar mentiras. Al llegar, temiendo una tormenta de reproches, los miró de forma decidida. Sus compañeros lo miraron preocupados, pero no dijeron ni una sola palabra. Milán no lo entendía, pero quizás había sido esa extraña mujer y, en cierta medida, estaba agradecido.

Caminaban por el pasillo en el instante, que el teléfono de Milán vibró. Un mensaje de Julia anunciaba su llegada y su encuentro en dos horas. La respuesta de Milán fue breve: «Ahí estaré».

—¿Todo bien? —preguntó Emma con cautela.

—Sí. Es solo que...

—Si es importante, solo vete. —Emma lo interrumpió—. Te llamaré en cuanto encontremos algo.

El centro comercial era el escenario del reencuentro. Milán se quedó dentro del auto, se recostó y cerró los ojos por unos minutos. Los golpes en la ventana lo despertaron.

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