Capítulo 9

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Milán había pasado la última semana con el psicólogo como parte del protocolo antes de reincorporarse a su equipo

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Milán había pasado la última semana con el psicólogo como parte del protocolo antes de reincorporarse a su equipo. Emma estaba preocupada de que sufriera de trastorno de estrés postraumático, pero, como era de esperarse, Milán superó todas las pruebas físicas, motoras y psicológicas sin problemas.

Isaac, por otro lado, estaba sentado en el borde de la cama, sintiéndose inquieto. Eran las siete de la mañana y hacía años que no experimentaba esa sensación de ansiedad por comenzar algo nuevo. Recordaba cómo, hace más de diez años, vivía en Londres y trabajaba, solo que sin preocupaciones, gracias a la herencia de su padre, le había dejado. Pero ahora, empezaba de nuevo, y la incertidumbre lo volvía loco.

—Buenos días —saludó Milán con voz ronca mientras se desperezaba.

—No tengo nada que ponerme —Isaac exclamó, mirando su ropa—. Nada adecuado para este trabajo. ¿Por qué no fuimos a comprar ropa? Ni siquiera tengo camisas decentes.

—Tranquilo, no es necesario que te vistas de alguna forma específica —dijo Milán, aun con los ojos medio cerrados, se acercó y lo abrazó desde atrás, besándole la espalda—. La ropa no importa tanto.

Isaac, aunque no completamente convencido, se dejó persuadir. Pronto estuvo listo, mucho antes de lo que había esperado. Tomó su café mientras observaba a Milán prepararse. Subieron al auto y se dirigieron al centro de la ciudad. El tráfico y el bullicio ponían aún más nervioso a Isaac, quien comenzaba a sentirse agobiado.

—Detente un momento —pidió Isaac señalando un lugar—. ¿Starbucks? Sería una buena idea llevarles algo de café, ¿no crees?

Milán no pudo evitar sonreír. Encendió las direccionales y se dirigió al Starbucks. Isaac parecía más tranquilo sosteniendo la bandeja con cafés en su regazo. Los autos, las sirenas y las personas parecían desvanecerse en el fondo.

—Por cierto, Emma pidió que te hicieran una prueba psicofísica —dijo Milán mientras se echaba de reversa para estacionar el auto—. Quiere que lleves un arma. La prueba consiste en disparar, pero si no apruebas, seguirás siendo parte del equipo.

—¿Para qué necesito un arma? —preguntó Isaac, frunciendo el ceño—. Pensé que sería el asesor del equipo, no que estaría en el campo disparando a delincuentes. Además, puedo defenderme sin ella.

—Es una precaución necesaria —respondió Milán, y lo miró con seriedad, pero con un toque de ternura en su voz—. No quiero que te pongas en peligro ni que tengas que depender solo de tu fuerza. Un arma te da una opción más para protegerte y protegernos a todos.

Isaac suspiró, aún inseguro, pero comprendiendo la lógica detrás de las palabras.

—Tienes todo planeado, ¿verdad? —dijo con una sonrisa forzada—. Supongo que, entonces, la idea de la prueba fue tuya.

—Sí, pensé en muchas cosas antes de pedirte que te nos unieras —respondió Milán, colocando una mano en su hombro—. Sé que tal vez no me entiendas completamente, pero es lo mejor. Ahora entremos, no queremos llegar tarde en tu primer día.

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