Los juegos

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P. O. V. Peeta

De alguna manera, solo quedamos dos, definitivamente nadie se esperaba esto, ni siquiera yo, pero aquí estoy, en esta arena sacada del infierno, no hay más que túneles de concreto lo suficientemente altos para poder estar de pie, en los que de vez en cuando llenan de agua para darle algo de diversión, es fácil perderse y difícil esconderse, si vas por el túnel equivocado tu forma de morir será sádica, la Cornucopia es un espacio enorme y redondeado, el lugar mas amplio de la Arena, pero tampoco podías esconderte ahí, además de que la única luz que teníamos era por las lámparas mineras que estaban incrustadas en el concreto, pero nada mas que eso.

Lo único que me mantiene en pie es que no he matado a nadie, por lo menos no directamente, soy bueno memorizando los túneles y cada que me siguen no hago más que encaminarlos a su muerte, lo que ayuda un poco mi conciencia.

He notado que en cada túnel hay un interruptor camuflado que activa algún arma mortífera, no encontré todos, pero los que encontré se quedaron grabados en mi memora. Así que cuando Gaman del Distrito 4 me encuentra y está más que dispuesto a matarme comienzo a correr entre los túneles, esta desquiciado, es más alto que yo, demasiado musculoso y muy bronceado, su cabello rubio es más oscuro que el mío y lleva una espada tan afilada que matarme será pan comido ya que yo no llevo armas, solo debe alcanzarme.

Estoy a punto de llegar al interruptor, el pecho me arde y las piernas están por acalambrarse, pero debo seguir si quiero salir con vida de esto, cuando estoy a un metro de llegar apenas y siento que la espada me atraviesa la pierna, continuo sin mirar la herida, se que si la miro solo perderé ventaja, la adrenalina hace que llegue a mi objetivo, doy un salto que me hace agonizar para evitar el interruptor y sé que mi pierna no se salvará. Siento como desgarra mi pantorrilla y un dolor me recorre toda la pierna.

Gaman tiene una sonrisa en su rostro al ver que ya no puedo seguir corriendo, una sonrisa que solo puede ser de victoria, me arrastro por el suelo intentando escapar y entonces lo pisa, es un leve chasquido que no notas si no lo conoces, pero yo puedo reconocerlo con facilidad y se lo que pasara después, no toma ni un segundo cuando una cuchilla sale de las paredes y se que lo cortara por la mitad.

No pretendo mirar su muerte, así que volteo a otro lado y comienzo a ser mas consciente de mis heridas, suena el cañonazo y me recuesto sobre el suelo, la pierna me duele tanto que creo que se está adormeciendo, estoy lleno de sudor y tierra, el calor que hace en estos túneles me sofoca y estoy intentando recuperar el aliento. A lo lejos escucho.

-!Les presento al vencedor de los septuagésimo cuartos Juegos del Hambre! ¡Peeta Mellark del Distrito 12!

Lo que sigue es como un borrón, el techo sobre mi cabeza se abre y veo un aerodeslizador, sus pinzas me toman y comienzan a subirme y dejo que la oscuridad me venza.



Comienzo a escuchar un sonido constante, un pitido que no se detiene, poco a poco soy consciente de mi entorno y también de mis heridas. Me incorporo un poco e inmediatamente se que algo no esta bien. Siento algo diferente en mi cuerpo, pero por la sensación se que es algo malo. Intento mantenerme tranquilo, pero al incorporarme completamente solo me siento aún más extraño.

Cuando estoy mas estable me atrevo a mirar mi cuerpo, hay heridas en mis brazos, pero ya están completamente cicatrizadas, lo que veo es piel nueva en cada herida, así que supongo que no estaré tan mal. Mientras termino de examinar mis brazos mi mirada se dirige hacia mis piernas, se ve algo extraño por lo que me quito la sabana que me cubre, mi sorpresa es enorme al notar que ahora la mitad de mi pierna izquierda es de metal.

Comienzo a sentir una presión en el pecho y los aparatos conectados a mi comienzan a hacer ruido. Mis pulmones apenas alcanzan el aire suficiente para respirar y siento que estoy sudando frio, apenas y noto cuando los doctores entran e intentan calmarme, pero me es imposible, lo único que escucho es mi corazón latiendo con fuerza y rapidez y no puedo apartar la vista de mi pierna, siento miedo incluso de moverla. A los pocos minutos siento un pinchazo en el cuello. El liquido que recorre mis venas me hace sentir pesado, mis ojos comienzan a cerrarse y por ahora lo único que tengo en mente es que lo merezco, lo merezco por haber ayudado a matar a todos esos niños.

Ya no soy la misma persona, no manche mis manos, pero definitivamente ahora no soy mas que una pieza de los Juegos, así que lo merezco, merezco todo lo malo que me pase, porque yo sigo con vida y tendré una vida diferente, llena de riqueza, pero ni todo el dinero del mundo me hará deshacerme de este vacío que siento en mi interior, ese vacío que solo se siente cuando pierdes tu humanidad. 

La esposa del vencedorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora