Capítulo 25

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Prendas de ropa caen al suelo mientras Yuntae y Susi se comen entre sí

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Prendas de ropa caen al suelo mientras Yuntae y Susi se comen entre sí. Entre lágrimas veo como él sube a Susi sobre un escritorio y comienza a penetrarla con salvajismo. Aparto mi mirada para no seguir observando sus cuerpos desnudos.

Quiero respirar, pero mi pecho duele demasiado, siento como si me estuviera ahogando con mis propias lágrimas, pero ¿qué puedo hacer para que no me duela verlos teniendo sexo? Nada, en esta situación solo puedo llorar.

Fuertes jadeos y gemidos provenientes de Susi resuenan por todo el lugar, haciéndome sentir peor, desgarrándome el alma y quebrando en miles de pedazos mi estúpido corazón. Quisiera gritar para que se detengan, pero teniendo mi boca sellada lo único que puedo hacer es escuchar como ellos se divierten. El dolor en mi pecho solo se incrementa, siento que me falta el aire y mi visión se vuelve borrosa.

No sé cuánto tiempo ha pasado y justo cuando creo que ya no puedo soportarlo más, el silencio se hace presente, ya no escucho gemidos, así que vuelvo a mirar. Ambos se están vistiendo, pero la sonrisa en los labios de Susi solo me indica lo complacida que está.

Pasan unos segundos y Yuntae se va, dejando a Susi tratando de arreglar su maquillaje. La observo y por un corto instante su vista se posa en el armario para mostrar una sonrisa victoriosa, dándome a entender que ella es quien ha planeado esto. Ella camina victoriosamente hacia la salida y se va.

Unos minutos después, las puertas del armario se abren tomándome por sorpresa. Los dos chicos que me ataron están ahora frente a mí, ellos me ayudan a salir y comienzan a quitarme las cuerdas.

—Lo sentimos, nosotros no sabíamos lo que ella tenía planeado hacer —se disculpa el chico de cabello rojo. Él me quita la cinta de la boca y me entregan mi bolso.

Nerviosa y totalmente destrozada, arranco el bolso de su mano y corro a toda prisa, logrando así alejarme de aquel lugar donde vi una de las muchas caras de Yuntae.

Salgo de la universidad y me detengo por falta de aire. La opresión que siento en mi pecho de verdad me está matando. Empapada en sudor y con lágrimas en los ojos comienzo a caminar hacia mi casa. Mis pasos son débiles, pero, sin embargo, obligo a mis piernas a caminar, quiero distraerme, que mi cabeza deje de reproducir una y otra vez la imagen de ellos dos teniendo sexo.

El sol comienza a esconderse y el frío se hace presente, abrazo mi tembloroso cuerpo y me levanto de la banca de madera, donde me senté hace unas horas para descansar. Estoy en un parque, a solo unas cuadras de mi casa, no quiero llegar tan pronto porque seguro él estará ahí. Doy pasos lentos con la esperanza de no verlo y enfrentar mi tortuoso destino.

De pie frente al umbral de mi casa y con mi mano derecha sobre la manija de la puerta, el dolor vuelve a atacarme. Lágrimas amenazan con salir, pero tomo una fuerte respiración y las retengo.

Intento ser fuerte y no mostrar lo rota que estoy, decido abrir la puerta.

Me recibe la oscuridad junto con un ambiente sombrío. Me adentro y cierro la puerta tras de mí. Camino un poco hasta llegar a la sala y una silueta muy conocida se deja ver en medio de toda esta oscuridad. Él está de pie, recostando su espalda a una pared, y desde aquí parece un ente maligno sin rostro. Los tenues rayos de luz que entran solo lo hacen lucir más horripilante.

La Sonrisa Del Mal [#1] YA EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora