- ¡Rebeca, aquí! ¡Estoy libre! -le gritó Raquel. Rebeca le pasó la pelota y ésta lo recibió.
Nos encontrábamos en la ciudad de Mérida, Venezuela, en el gimnasio Gym Sport. Allí había unapista de hockey, pero no de hielo sino de asfalto, donde entrenábamos hockey sobre patines. Éramos unas 10 chicas en el equipo, así que nos habíamos dividido en dos grupos para poder hacerun partido.
Loretta, nuestra entrenadora, se acercó a nosotras cuando terminamos el partido.
- Muy bien, chicas. Me habéis sorprendido. Lo habéis hecho realmente bien. Creo que estáispreparadas para el partido de este sábado. -las felicitó. Luego nos miró a nosotras, al grupoperdedor.
- Vosotras también lo habéis hecho muy bien. Pero al final... Habéis hecho mal en ir todas a porRaquel. Por eso, la pobre Carolina se ha quedado sola y no ha podido hacer gran cosa. Recordad, nodebéis ir todas a por la pelota. Alguien se tiene que quedar cerca de la portería por si acaso. ¿Vale? -Nos explicó. Asentimos con la cabeza en señal de comprensión.Miró al grupo vencedor.
-Vosotras os podéis ir a duchar. Hemos terminado el entrenamiento por hoy. – la mitad del equipose dirigió hacia los vestuarios.Loretta nos miró a nosotras.- Habéis perdido, así que ya sabéis qué hacer. – nos dijo con una sonrisa de disculpa. Nosotrasasentimos y ella se fue a recoger los palos y la pelota.
A pesar de que estaba agotada, me las arreglé para sacar las fuerzas que me quedaban y comenzar adar las diez vueltas que debía hacer.
Mientras patinaba concentrada, vi una figura pasando cerca demí a toda velocidad y luego la reconocí: se trataba de Thai Li, quien se dio la vuelta y me miró conuna expresión divertida. Capté al segundo el mensaje: quería echar una carrera.No me pude resistir y respondiendo a su reto, aumenté la velocidad al máximo para alcanzarla ypasar por su lado. Unos segundos después, ella volvió a hacer lo mismo y pasó por la izquierda.
Estuvimos así hasta la octava vuelta. A partir de ahí, comencé a cansarme y disminuí la velocidad.Thai Li, por su parte, pasó por mi lado, volviéndome a pasar y también disminuyó la velocidad paraestar a la par. Me miró con una sonrisa de arrogancia.
- Sí, está bien. Esta vez me has ganado. -admití en voz alta. Estaba tan cansada que no tenía ganas deseguir hablando y Thai Li lo notó. Cuando llegamos a la décima vuelta, yo ya apenas tenía fuerzas para seguir caminando, de modoque, me dejé arrastrar por los patines mientras nos dirigíamos a los vestuarios.
Cuando entramos, laotra mitad del equipo casi había terminado y las duchas estaban ya vacías.Nada más quitarme los patines, me quité la ropa rápidamente porque odiaba estar sudada. Una vezen la ducha, ya me tomé mi tiempo y aproveché para relajarme un poco. Poco más tarde aparecióThai Li con la toalla, la cual colgó en uno de los percheros que había para que no se empapase deagua.
A Thai Li la había conocido hacía dos años en el equipo de hockey y desde entonces, nos habíamosvuelto muy cercanas. Había venido desde Tailandia con sus padres hacía 8 años, así que hablabaespañol con bastante fluidez. A pesar de que no era una chica muy habladora, me divertía con ella,sobre todo porque ambas éramos igual de competitivas y pasábamos el tiempo realizandoactividades absurdas para ver "quién era mejor". Tenía el pelo corto y negro con mechas azules, quele llegaba hasta la barbilla y un flequillo que le tapaba el ojo derecho. Tenía un cuerpo delgado ymenudo, pero era muy ágil. Su cara, de piel más clara que la mía, tenía una forma ovalada. Tenía losojos separados y la nariz chata.
Cuando terminé de ducharme, recogí mi toalla que estaba colgada en el perchero y salí de la ducha.Allí, en los bancos, se encontraba Carolina vistiéndose con una toalla en la cabeza. Las otras doschicas que habían entrado con nosotras ya estaban vestidas y listas para irse.
- Adiós. Nos vemos el sábado. -se despidieron. Las demás les devolvimos el saludo.
Carolina era todo lo contrario a Thai Li: no era para nada competitiva y le encantaba hablar. Derasgos europeos, había venido desde Chile hacía tres años y aún tenía acento. Se había integrado alequipo hacía unos meses, cuando comenzó el colegio. Su pelo, que era tan largo que le llegaba hastael final de la espalda, era pelirrojo y lleno de rizos. Su cara era redonda y tenía los ojos grandes decolor verde. Tenía un cuerpo robusto, con brazos y piernas gordas, pero estaba perfectamente sana.
Unos minutos después, Carolina había terminado de vestirse y se despidió de nosotras.Al salir, nos encontramos con Loretta, quien estaba mirando el móvil. Cuando nos vio, suspiró dealivio.
- ¡Al fin! Pero Oriana y Thai, ¿Qué hacéis en el baño? – nos dijo con un toque de humor.
-¿Estáisseguras que no os dejáis nada? Me quedé pensativa, pues solía ser muy distraída. Entré en el vestuario de nuevo para comprobarque no me dejaba nada y salí al cabo de unos segundos.
- No, está todo. -le contesté.
- Bien, pues nos vemos el sábado. -se despidió Loretta. Luego fue a cerrar los vestuarios y nosotrasnos dirigimos hacia la puerta para salir del gimnasio.

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Susurros
Bí ẩn / Giật gânDe repente, escuché unos susurros en el pasillo. Mire en esa dirección, pero no había nadie. "Oriana, cariño. Te echamos de menos." Reconocí la voz de mi madre. Abrí los ojos con terror. "Ven con nosotros, hija." Ésta vez fue la voz de mi padre. "T...