Capítulo 10

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Al día siguiente me levanté con mucho dolor en todo el cuerpo; y eso que tenía un brazo roto.

Cuando Elena me saludó, la saludé por educación, pero no me apetecía hablar con nadie aquel día.Me limité a escuchar lo que me decía, pero no aporté mucho a la conversación. 

- ¿Estás bien?- me preguntó preocupada. Yo asentí sin ganas. 

- Sí, solo estoy cansada. -contesté educadamente. 

No volvimos a decir nada más en todo eldesayuno.En clase tampoco nos dirigimos mucho la palabra. Yo intentaba distraerme poniendo atención a laclase y abriendo poco la boca. 

En algún momento, cuando estaba tan cansada que miré a mialrededor por aburrimiento, vi a Esteban. Se encontraba al otro lado de la habitación, y me viomirándolo. Me devolvió la mirada con una sonrisa malvada. Aparté la mirada en seguida. 

Después de las clases, nos dirigimos al jardín. Esta vez Elena no vino conmigo y estuve sola. Por unlado habría estado bien que me invitara a estar con sus amigas pero por otro lado, y para ser sincera,tampoco me apetecía, no tenía ganas de hablar. 

Me senté en la hierba y me quedé mirando a mialrededor, sin pensar en nada en concreto.Me encontraba a un par de metros de la verja del recinto escuchando lo que decían las personas quepasaban. Estaba tan aburrida que me dispuse a escuchar conversaciones ajenas. Pasó un hombre de mediana edad hablando por teléfono: 

- Dile a Arturo que vaya ahora al hospital. -se quedó unos segundos en silencio, supongo queescuchando la respuesta de la otra persona. 

- Bien, gracias. ¿Qué tal está la paciente Aguirre? –se quedó callado de nuevo. 

-¿No ha mejorado?Vaya, qué mala noticia. -luego siguió caminando y no pude oír más de la conversación. 

Seguí mirando a las personas que pasaban cerca de la verja hasta que se me ocurrió una idea. Miré ami alrededor para comprobar que no había moros en la costa y al ver que no había ningún profesor cerca ni ningún alumno prestándome atención, me levanté y me dirigí hacia el agujero que me habíaenseñado Elena unos días antes.Fui hasta detrás del edificio del orfanato en busca del arbusto. 

Mientras miraba a mi alrededor paracomprobar que nadie me vigilaba, me metí en el arbusto y salí al exterior.Sólo necesitaba despejarme, así que me dediqué a pasear por la zona mientras observaba alrededor.Mientras caminaba sin rumbo alguno, escuché mi nombre. 

-¡Oriana! –yo miré a mi alrededor. 

Había pocas personas en la calle, un par de personas caminandoen dirección contraria, otra sentada en un banco, que parecía estar esperando a alguien... Ningunade ellas parecía haberme llamado, así que supuse que habían sido imaginaciones mías y no le dimucha importancia.

Mientras pasaba por delante de un escaparate de una tienda, vi por el rabillo del ojo, una figura quese me hizo familiar. Miré hacia atrás, pero no vi nada en especial. Pensaba que había visto el reflejode mi hermano en el escaparate, pero no, sólo se trataba de mi propio reflejo. Había confundido mireflejo con la figura de mi hermano, ya que éramos parecidos físicamente. 

Me quedé mirando mi reflejo en el escaparate mientras pensaba en mi hermano con nostalgia ytristeza.Luego vi una cosa que me llamó la atención: en el escaparate de la tienda, que era una librería, habíavarios libros expuestos. Entre ellos, me llamó la atención un título: Diana y el fantasma deTwellinghton. Mi madre, cuando tenía 8 años, una vez me contó una historia sobre una chicallamada Diana que encontraba un tesoro, el cual estaba maldito. Por eso, al entrar en la guarida, queestaba en un lugar inventado llamado Twellinghton, aparecía un fantasma. Éste le dice que, al habertocado el tesoro, ella también se encontraba maldita. Por eso, le da una misión para poder quitarseesa maldición. 

Me sorprendió verlo en una librería. Más que nada, porque pensaba que era una historia inventadapor mi madre.Empujada por la nostalgia, decidí entrar. Nada más entrar por la puerta, el olor a libros me trajo recuerdos. Me recordaba al despacho de mipadre, el cual solía oler a madera y a libros. 

Mientras esperaba a que me atendieran, escuché una conversación que mantenían dos niñosmenores que yo, de unos 10 años, que estaban delante de mí. 

- Señor Herrero, ¿Me podría hacer el favor de buscarme una agenda? –le preguntó un niño al otro.El tal "Señor Herrero" salió de la fila en busca de ello.Me extrañó muchísimo que los niños se hablaran así. Había visto en las películas que, algunos niños(generalmente calificados como "raritos"), hablaban como si fueran adultos, pero verlo con mispropios ojos se me hizo muy extraño. 

********** 

Cuando entré por la verja del orfanato, había pocas personas fuera. 

Estaba comenzando a oscurecery habían encendido las luces de fuera. Mientras me dirigía hacia la entrada del orfanato vi a Esteban.Me tensé en cuanto lo vi. Él me devolvió la mirada y me saludó con una expresión malvada. Estabacomo a diez metros de mí, así que, me puse a correr hacia la entrada para evitarlo. 

Nada más entrar al edificio, me dirigí hacia el despacho del director. No miré hacia atrás en ningúnmomento, no quería estresarme más. No sabía si Esteban estaba persiguiéndome o no, pero no paréde correr hasta que llegué a la puerta del despacho. 

Toqué a la puerta y mientras esperaba a que medieran permiso, miré hacia los lados nerviosa. A mi izquierda vi a Esteban andando tranquilamentecon una sonrisa maliciosa. Tragué saliva, nerviosa. Por suerte, cuando Esteban estaba a unos seismetros de mí, el director habló desde dentro del despacho y entré rápidamente cerrando la puertatras de mí. 

El director se encontraba en frente de mí, sentado en su escritorio. Al verme levantó las cejassorprendido. 

- Buenas tardes, Oriana. ¿Qué necesitas?- me saludó.Yo avancé unos pasos para estar más cerca de él. 

- Buenas tardes, director. Me gustaría anunciar un problema que tengo con un compañero. -leexpliqué. Intenté hablar de forma calmada, pero no podía. Aún jadeaba de la carrera. 

- Muy bien, cuéntame. ¿Qué pasa? 

Le expliqué lo sucedido con Esteban. Al terminar, yo estaba con el nudo en la garganta y a punto dellorar, pero conseguí controlarlo. El director me miró incrédulo. 

- Ya veo... Señorita Oriana, no puedes acusar falsamente a tu compañero. - fue su respuesta. Yo lomiré alucinada. 

- ¿Falsamente? ¡Pero si es verdad! Mire, tengo las heridas que me hizo. - Con el brazo escayolado,conseguí remangarme la manga del otro brazo; mostrándole, así los moretones que me había hechoEsteban el día anterior.Él miró mi brazo con incredulidad y luego me miró a los ojos. 

- Ya veo... Pero, ¿Podrías haberte caído o algo? ¿Fue así como te hiciste las heridas? Seguro que esasheridas son de haberte caído mientras jugabas o lo que sea... 

Lo miré enfadada. 

- ¿Cómo? ¡No! ¡Le he dicho que fue Esteban el que me golpeó! ¡Anoche me dio una paliza!- insistísubiendo el tono. 

El director endureció su expresión.

- No alces la voz, por favor.- me pidió con una mirada amenazante. Bajé la voz, pero seguíquejándome. 

- Como vuelva a acusar a un compañero falsamente, la echaremos del orfanato. -me amenazó.

Se me fue el enfado enseguida. Ahora lo miraba con desesperación e incredulidad. Sin embargo, alver la mirada seria del director, decidí callarme. 

- ¿Entendido?- Entendido, señor.- le contesté en voz baja, no quería discutir.

SusurrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora