Capítulo 9

1 0 0
                                        

Llegó el tan esperado día. ¡Ya era sábado! Eso significaba que vería por fin a Thai y a Carolina.

Los sábados no había clase, pero, aún así, no nos faltaba trabajo: el director nos había ordenadolimpiar el orfanato. Como no podían permitirse un conserje o limpiadoras, nosotras, las niñas y losniños, nos teníamos que encargar de la limpieza. 

Nos dividieron en grupos de cinco: un grupolimpiaba la habitación a fondo, otro grupo limpiaba la cocina, al tercer grupo le tocaba limpiar elaula, el cuarto grupo se encargaba de los baños y, por último, el cuarto grupo se encargaba de quitarmalas hierbas del jardín.A mí me tocó hacer el trabajo del jardín. Aunque era un trabajo bastante cansino, agradecí poderestar al aire libre.

Los últimos días habían sido muy duros para mí y me había desmotivado mucho alestar tanto tiempo sin poder salir apenas de casa. Al menos el jardín estaba al aire libre y eso meayudaba a tranquilizarme. 

Estuvimos casi todo el día trabajando. Cada vez que alguien terminaba, el director encontraba unanueva tarea que realizar. Creo que ya entendía lo que pretendía hacer: mantenernos ocupados parano pensar en nuestros problemas. Lo agradecí, aunque cuando finalmente terminé, estaba agotada.Además, debido a que aún tenía el brazo escayolado, me costó más hacer el trabajo, ya que sólopodía usar una mano. 

Eran las seis de la tarde, así que, aún había luz diurna. Yo seguía en el jardín, sentada en la hierba,mirando a la nada cuando, de repente, escuché mi nombre. Por puro reflejo, miré hacia la valla, quedaba a la calle y desde donde se oía ruido de la gente del exterior. Allí, en la puerta de entrada,estaban dos chicas, que eran las que gritaban. Al reconocerlas, saludé a Thai y a Carolina con lamano. Me acerqué a la verja. 

- ¡Hola Oriana!- exclamó Carolina emocionada. Thai me sonrió como saludo. Yo no pude responderlecon tanta emoción, pero le sonreí agradecida. 

- Ay, no sé si me dejarán salir... Como no sabía si al final ibais a venir, ni a qué hora, no avisé...-comencé a explicarles, pero Thai me interrumpió. 

- No te preocupes, nosotras llamamos ayer para pedir permiso. -le miré sorprendida. 

- Oh... Vale... Gracias...-estaba confusa. 

- Será mejor que vayas a avisarles... ¿O quieres ser una prófuga?- bromeó Thai. Yo asentí. 

Estabaentre emocionada y confundida. Tenía la mente en blanco, así que me alejé de ellas y me dirigí aldespacho del director.Tal como había dicho Thai, el director estaba enterado de mi salida, así que, me dio permiso paraquedar con mis amigas siempre y cuando estuviera acompañada del profesor David. 

Salí con Carolina y Thai hacia el parque para patinar. David nos seguía por detrás, sin perdernos devista.Como tenía el brazo escayolado, al principio me costó mantener el equilibrio, pero me acostumbrérápido y enseguida comencé a participar en las carreras que Thai y Carolina hacían.

Luego tambiénjugamos al pilla-pilla en patines y otros muchos juegos.El profesor David sólo me dejaba estar dos horas fuera del orfanato, por lo que, a las ocho de latarde nos tuvimos que despedir. 

Al volver al orfanato, me encontré con Esteban de nuevo, aquel chico rubio tan desagradable.Tras asegurarse de que había llegado al orfanato, David se alejó de mí y se fue a su casa. Yo meencontraba en el pasillo, dirigiéndome a mi cuarto, cuando Esteban apareció en mi campo de visión. Suspiré con desmotivación y miré hacia los lados: no había nadie más en el pasillo.Él, con una mirada maliciosa y sin decir nada, me agarró del brazo y me llevó al baño. Yo intentézafarme de él, pero era mucho más fuerte que yo. Me agarraba con tanta fuerza que me hacía daño. 

- ¿Qué haces? ¡Suéltame!- comencé a gritar para llamar la atención de alguien. 

- Grita todo lo que quieras, preciosa, nadie te va a hacer caso.- me avisó sin mirarme. Yo lo miré con miedo. Ese comentario me asustó tanto que me quedé sin palabras. 

Cuando llegamos al baño, me empujó hacia dentro. Nada más cerrar la puerta, él me pegó una tortaen la cara. Me dio tan fuerte que giré la cara por inercia. La miré entre asustada y confundida. ¿Quéle pasaba? 

- Me vas a pagar por la patada de antes.- me dijo enfadado. Luego sonrió maliciosamente.Yo, por reflejo, caminé hacia atrás pero él se acercaba a medida que yo me alejaba. 

En un momentome empujó con fuerza y choqué con la pared. Me hice daño en la cabeza.Comenzó a pegarme con violencia con los puños. Yo conseguí esquivar algunos golpes, pero, alhacerlo, se enfadaba más y golpeaba con más fuerza y más velocidad. Hasta que, cuando no pudesostenerme de pie, me caí al suelo y ahí comenzó a darme patadas. Estaba débil, pero seguí intentando defenderme poniendo la mano buena delante de mi cabeza, aunque estando tumbadaera mucho más difícil.Él siguió golpeándome hasta hartarse. 

Cuando se sintió satisfecho, me escupió y se fue caminandocomo si no hubiera pasado nada.Me dolía tanto el cuerpo que no apenas podía moverme. Tampoco tenía muchas ganas de moverme. Se me escapaban lágrimas del dolor. Me quedé mirando hacia el cubículo que tenía delante con lamente en blanco. 

SusurrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora