05.

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CAPÍTULO CINCO.

—¡Ya estoy lista! —salto el último escalón de las escaleras, mirando a Enoch, que me está esperando sentado en el sofá con su móvil en la mano.

Ayer después de ducharnos me obligó, literalmente, a dormir. Pensé que iría a mi habitación pero... también me obligó a dormir con él. Cosa a la que no nos negamos.

El resto del día lo pasamos viendo la casa; me enseñó cada rincón, y menos mal, porque es tan grande que cualquiera podría perderse.

Aparte de eso, pasé el día molesta en todos los aspectos de la palabra. Cada vez que quería sentarme, estaba incómoda por culpa de lo que acabábamos de hacer. Enoch, por supuesto, pensó que era divertido, pues no dejó de reírse de mí. Así que mi cara de ayer fue la de "moléstame y te muerdo".

Podría haberle dicho cuatro cositas al amo aquí presente, pero me habría castigado y, entonces, aún me molestaría al sentarme.

Claro que puede que también me encargase personalmente de convencerle para ir de compras nosotros en vez de mandar a Alonzo. No es por nada, pero mis gustos son muy peculiares y no sé si fiarme del ojo que pueda tener el chófer.

La cara de Enoch, que no es precisamente de alegría absoluta, se contrae más cuando me ve. Me miro yo también por si voy mal vestida. Nop, voy tal y como sabía que iba. ¿Qué le pasa, entonces?

—¿Y tu abrigo? Hace frío, Aledis.

—Lo llevo puesto —señalo mi abrigo.

¿Eso? Eso no abriga una mierda —se pone de pie, acercándose a mí con actitud dominante. Es su actitud por naturaleza.

Razón no le falta. Este abrigo es más bien uno primaveral, es muy fino y he pasado frío con él muchas veces. Solía ponerme muchas más capas de ropa debajo, pero el cuerpo crece y, cuando dejó de valerme la mitad de la ropa —la mayoría ropa de invierno—, no tuve más remedio que resignarme y morirme de frío.

—Lo sé pero... no tengo otra cosa —le miro un poco avergonzada.

—Bien —suspira—, iremos en coche. ¡Alonzo!

El hombre de unos cincuenta años que nos sacó del club, nos llevó al aeropuerto y nos trajo hasta aquí, sale del pasillo que hay entre la cocina y las escaleras.

Es un poco bajito, con unas pocas entradas y el pelo marrón pero ligeramente canoso, igual que la corta barba que tiene. Lleva un traje negro, impecable, dejando notar que está bastante delgado. Algunas arrugas decoran su cara, sobretodo alrededor de sus ojos.

Se le ve un hombre entrañable y... me recuerda a mi padre.

—¿Sí, señor Dachs?

—Tienes que llevarnos a la ciudad, por favor.

—¿Qué? —me giro hacia él—. Pensé que iríamos andando, ¡es la primera vez que salgo de España y quiero verlo todo! Además, si voy a vivir aquí, ¿no tendría que familiarizarme?

—Si vamos andando te pondrás mala porque eso no abriga, y no quiero que enfermes —replica.

Medito unos segundos en silencio, pensando una solución. Qué suerte que soy una chica lista y siempre se me ocurre algo. Casi siempre.

—¿Y si vamos en coche a comprarme un abrigo decente y luego seguimos caminando?

—No me gusta que me den órdenes, Aledis —dice en tono duro.

Cierto, es dominante, debería dejar de olvidarme de ese pequeño detalle.

—Lo siento, señor —agacho la cabeza.

Infierno [+21] [TAI#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora