38.

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CAPÍTULO TREINTA Y OCHO.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Claro —sus ojos no se despegan de la carretera.

—¿Has... hablado con tus padres? ¿O piensas hacerlo? —pregunto con prudencia.

Enoch aprieta las manos en el volante y alcanzo a ver cómo su mandíbula se crispa un poco. Quizá no debí haber preguntado.

—¿Hablar sobre qué? ¿Sobre que eres mi novia, ahora de verdad? —suelta una risa irónica—. Creo que dejaron muy claro lo que opinaban acerca de nosotros dos, paso de aguantar que te falten el respeto de nuevo.

—No me refería a eso —murmuro—, sino a que ya has vuelto de Alemania. ¿No querrán saber que estás bien?

—¿Has visto que me hayan llamado? —pone los ojos en blanco—. Podría haber muerto y ellos se habrían enterado dos meses después.

Jadeo ante el solo pensamiento de que algo tan terrible pudiese sucederle. No me gusta hablar de la muerte, sé que es algo natural y que tarde o temprano pasará pero... No, no ahora, no quiero ni imaginarlo.

—Lo siento, cariño, no quería decir... —suspira—. Mira, Aledis, tenemos unos padres de mierda, ¿de acuerdo? No les importamos a ninguno, y que los míos no me hayan hecho daño como lo hicieron los tuyos, no significa que puedan cambiar de la noche a la mañana. No creo que podamos estar unidos nunca. Tampoco creo que quiera intentarlo.

—Pero... —me muerdo el labio inferior—, son tu familia.

—No —me dedica una media sonrisa, cogiéndome la mano y besándola sin dejar de mirar la carretera—, tú eres mi familia.

Miles de mariposas revolotean en mi estómago al escucharle decir esas palabras. Le sonrío con la boca, los ojos y mi alma, sintiendo que me sonrojo a la vez.

—Tú también eres mi familia, Enoch.

Me inclino lo suficiente para poder besar su mejilla.

—¿Qué te parece si ahora me dices el verdadero motivo por el que has sacado el tema de conversación? ¿Pretendías distraerte?

—Sí —confieso.

—¿Te sigue poniendo nerviosa venir al club?

Suelto un suspiro, fijándome en que estamos a escasas calles de llegar a dicho sitio.

—Solo hemos venido un par de veces... Sigo sin estar del todo cómoda haciendo escenas delante de otras personas.

—Sé que cuesta adaptarse —habla con calma—, pero terminarás olvidándote de que están ahí. Y, oye, si no quieres hacer nada, solo tienes que decírmelo, ¿vale?

—Lo haré —prometo, asintiendo con la cabeza, un poco más tranquila.

Bajamos del coche cuando lo aparca. Melania y Enzo ya deberían estar dentro, así que nos metemos en el club directamente.

Las luces de colores y la música alta nos envuelve mientras atravesamos miles de parejas enredadas entre sí hasta llegar a la barra donde, efectivamente, nuestros amigos están esperando. Siempre llegan a los sitios antes que nosotros.

—¡Ronda de chupitos! —grita Melania al vernos.

—No —Enzo la atrae a su pecho—, no te he dado permiso para beber.

Le lanzo una pequeña sonrisa a Enoch. Últimamente, mi amiga está muy rebelde y su amo muy susceptible. Quizá les guste llevarse la contraria todo el rato.

—Enzo...

—¿Cómo acabas de llamarme?

—Lo siento, señor —Mel rueda los ojos—. Déjame beber algo, porfa.

Infierno [+21] [TAI#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora