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CAPÍTULO CINCUENTA Y SIETE.

Enoch.

—Necesito tu ayuda.

La chica al otro lado del teléfono refunfuña, así que pongo los ojos en blanco y me preparo para que me suelte alguna tontería.

Hola, Melania, ¿cómo estás? —me imita, o al menos eso intenta—. Yo muy bien Enoch, ¿y tú qué tal?

Como he dicho antes, ha soltado una tontería.

—Disculpa mis modales, ¿cómo estás, Mel?

Dispuesta a ayudarte, a pesar de que seas un grano en el culo.

Paso por alto el insulto, teniendo en cuenta que no parece estar de muy buen humor. O Enzo la ha cabreado... o, bueno, está en esos días del mes.

—El cumpleaños de Aledis es en cuatro días.

Lo sé. ¿Es que no sabes qué regalarle?

Claro que sé qué regalarle, soy su novio —frunzo el ceño—. Necesito que la entretengas para que pueda ir a prepararlo todo.

¿No tiene clase? ¿Por qué no vas cuando esté en la escuela?

—Tiene exámenes, así que no va a ir.

Pero tú sí tienes que ir a trabajar.

—En realidad no. Me voy a quedar esta semana trabajando en casa para estar con ella.

No sé si me parece bonito o no. Bueno, está bien. Ahora la llamo y me invento cualquier cosa.

Hoy no puede ser, ya tenemos planes. ¿Que te parece mañana?

Vale, pues mañana. Vaya tiquismiquis.

—Yo también te quiero, Melania —pongo los ojos en blanco y la cuelgo antes de que pueda replicarme algo más.

Dejo el móvil sobre el escritorio y me froto la cara con las manos. Aledis se ha levantado a las seis de la mañana para estudiar y, obviamente, me he levantado con ella; el resultado es que ahora me muera de sueño.

Decido bajar a la cocina a prepararme un café bien cargado, a ver si me ayuda un poco. Le preparo otro a Aledis, ya que debe estar tan cansada como yo, y le cojo también un paquete de sus galletas favoritas.

Subo a nuestra habitación, que es donde está estudiando, con el paquete de galletas sujeto por mis dientes y con una taza de café en cada mano.

Entro sin hacer el menor ruido. Aledis está sentada en nuestra cama, con las piernas cruzadas y mirando atentamente el libro que tiene delante. No se percata de mi presencia hasta que le rozo suavemente el hombro.

Y cuando me mira y sonríe, me convierto en el hombre más feliz del mundo.

—Gracias, gracias, gracias —me dice antes de darle un sorbo al líquido—. Eres el mejor de todo el universo.

Mi corazón comienza a latir con más fuerza.

—¿Como lo llevas? —pregunto sentándome a su lado y bebiendo un poco de café.

—Creo que bien —me responde con la boca llena de galletas; me río un poco, parece una ardilla con los mofletes hinchados.

—Eres una cerebrito —la chincho, dándole un ligero empujón con el hombro.

—¡Eh, eso no es cierto! Además, ¿lo dices tú, don arquitecto?

Infierno [+21] [TAI#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora